jueves, 17 de diciembre de 2009

La nevá (o el nevazo): un concurso.

¿Noruega? ¿Finlandia? Sí, parece que de un momento a otro va a salir Papá Noel con sus renos. Pero no estamos en Laponia, y no os preocupéis, porque los zorros y los jabalíes estarán pasando más frío que un golorín en una nevera, pues como ya os habréis dado cuenta, los árboles que véis al fondo son las olivas que Don Juan tiene en el camino de Las Mesas, a un pasico del pinar de Jareño, en El Provencio. Seguro que la siguiente imagen, cedida amablemente por Jesús Galiano, será más reconocible.



Hace años que no se recuerda una nevá tan copiosa. Probablemente esto será una prueba más del cambio climático que en estos precisos momentos se está debatiendo en el frío norte. Aunque los más viejos del lugar aún recuerdan la nevá que se produjo en los años del hambre, si no recuerdo mal la información que me dio mi tío Luisito el Chico el Amo L'Alberca, fue un mes de abril y llegó a haber medio metro. Para entonces el cambio climático todavía no había llegado, pero lo que antes era algo extraordinario, ahora es posible, dada la locura climática que nosotros mismos hemos provocado.

Pero dejemos de lado lo negativo y disfrutemos de la imagen del pueblo nevado, que pa eso estamos ya, como quien dice, en Navidad. Para ello no hay más que ir al grupo Facebook de El Provencio, y contemplar las fotejos que Jesús y mi hermanico han colgado y que merece la pena contemplar.

Pero ahora, os propongo un concurso de muñecos de nieve provencianos. Espero vuestros comentarios.

Aquí va el nº 1: Muñeco de San Antón con chaqueta último modelo y pelambrera despeiná.


Nº 2. Fumador friolero del patio de mi hermanico.


Nº 3. Gordito de las portás de Rodri en la carretera Villarrobledo.

Nº 4. Bob Dylan con sombrero de coger ajos de las portás de Rodri.


Nº 5. Fumador de la pescadería de Goyo.


Nº 6. Barrendero tuerto del bar JR.


Nº 7. Friolero de no sé dónde.


nº 8. Manué no te arrime a la paer de la calle Víctor López.

Nº9: Vigilante del tren de la bruja de la curva del surtidor de Reguerón.

Nº 10. Mutante sin ojos den ca Oreza.

Nº 11. ¡Qué pasa, artista, qué marcha me llevas!
FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS PROVENCIANOS

lunes, 23 de noviembre de 2009

BODEGAS

Casa Fidel de Haro

¿Qué tiene de particular esta casa para que encabece esta entrada del blog del pueblo? Para el poco entendido en cuestiones manchegas le parecerá una casa típica de la tierra del famoso hidalgo. Cualquier provenciano reconocerá la casa de Fidel de Haro, donde ahora vive su viuda Manolita Martínez, hija de León El Taxista, y recordará que era allí donde tenía la peluquería. Pero si nos fijamos con atención, la vista se nos va a esa ventana grande y baja que da a la calle de las Eras, una ventana extraña, incluso en El Provencio, donde las cosas más raras a veces pueden parecer normales.

Si vamos a la casa de enfrente, en la calle Juan Crisóstomo esquina La Torre, propiedad de su parienta Esperanza Yubero, la mujer de Evelio, vemos a la izquierda una especie de ventana-puerta-o-algo-así-que-quien-no-sepa-de-viñas-no-tendrá-ni-idea-de-lo-que-es. He aquí la casa donde Evelio y la Esperanza tenían su tienda:

Casa Evelio

Los que saben algo de viticultura manchega tradicional desde un principio se habrán dado cuenta de que ambas falsas ventanas en realidad son “restos” de piqueras. Vayamos al DRAE, según el cual esta palabra se refiere a la ventana o rompimiento hecho en la pared de un jaraíz que da a la calle para descargar por él los carros de uva. En el pueblo también conocemos estos “rompimientos” en las paredes de tapial con la denominación panciverdiana y sin embargo más moderna de descargaero. Ahora seguro que sí está clara la función de estas raras ventanas: eran el lugar junto al cual se llegaban los carros y galeras en la vendimia para descargar los capachos cargados de uva en la bodega. Ahora también está claro que ambas casas fueron, en un primer momento, bodegas. ¡Cuántas permanentes se habrán hecho en la bodega de la familia De Haro, cuántos Danones de plátano y fresa se habrán vendido en la tienda de Evelio sin tener la conciencia de que ese espacio habría estado ocupado, no demasiado tiempo atrás, por el par de hileras de tinajas de la bodega de El Cuervo, como llamaban al padre de la Esperanza Yubero!

No son estos los únicos restos de bodegas que podemos ver en el pueblo. En la calle La Villa tenemos dos ejemplos de bodegas diferentes. Por un lado está la bodega de la casa de Jareño. Como todos los provencianos saben, los Jareños tienen una casa que prácticamente ocupa toda la manzana de la calle La Tercia, la plazoleta de La Cruz del Pinar, la calle Los Pasos y la calle La Villa antes referida, en la cual podemos ver su bodega.

Bodega Jareño

En la foto se distingue el gran descargadero, preparado para remolques de tractor, para descargar con la horca a base de brazos, a la izquierda de éste lo que probablemente fuera una pequeña piquera para los capachos y más cerca de la esquina, lo que supongo sería la entrada a la bodega.

Y unos metros más adelante, cruzando la calle Los Pasos, en el cemento de enfrente, podemos ver esto:

Casa Pepito El Cochero y bodega del hermano Juan Fernando

En la esquina, la casa de Pepito El Cochero, auténtica ella, y a continuación lo que fue la bodega del hermano Juan Fernando, que pasó a su sobrino Juan Vicente, casado con Cesárea García, que posteriormente heredaría el sobrino de ésta, Julián Aguado Chironi, ahora propiedad de su hijo Fabio Aguado, y en donde Antonio Aguado Pitule guarda sus aperos del campo. Podemos ver las portás de chapa, cuyo vano en su día estuvo ocupado por las típicas portás del pueblo, de madera con clavos, y al lado la ventanica de la que, llegados a este punto, ya todos conocemos la función que tuvo en su momento: la piquera para descargar los capachos de los carros de los Chironis, los Castañetas y demás familia.

Recuerdo que, siendo yo un guachejo de cinco o seis años, aún se conservaban las dos hileras de tinajas de barro. Pero claro, en algún sitio teníamos que cortar los ajos y guardar mi padre las cajas, las espuertas de vendimiar y los capachos, las lonas, el tractor, el remolque, los araos, la sembradora, la sulfatadora y todas esas cosas que el progreso obligaba a comprar, aunque fuera en cuti, para poder al menos mantenerse en los difíciles años que la agricultura conoció, y sigue conociendo, a partir de mediados de los 70. Así que, con buen criterio obligado, se cargó todas las tinajas y de la bodega solo quedó el caparazón, como solía pasar con todas las bodegas del pueblo. Afortunadamente ahora mi hermanico ha comprado unas barricas para hacer vino natural y la bodega vuelve, en cierta medida, a retomar su función original.
De las bodegas de to la vida de Dios solo queda la de Carrillo, que era murciano, y que se la vendió a otro murciano de Jumilla, Garcés, el actual propietario, cuyas portás son unas de las más impresionantes del pueblo y que, afortunadamente, aún se pueden admirar en la Avenida de la Constitución, en la entrada del pueblo viniendo desde las dos capitales, la del Reino y la del Ajo.

Bodega Carrillo, ahora Garcés

Pero no son éstas las únicas bodegas (o sus restos) que aún podemos ver en el pueblo. Hasta hace prácticamente dos días, en la calle El Buñuelo, detrás de lo que fue el cuartel, estuvo funcionando la bodega de Bibiano Martínez y su hermanico Venancio, la única embotelladora que tuvo el pueblo hasta que se unieron las dos cooperativas e hicieron la impresionante bodega que ahora podemos ver a la entrada del pueblo, a la que más adelante volveremos. En la foto podemos ver los dos descargaeros.

Bodega Bibiano

Las bodegas privadas entraron en declive cuando se formaron las tres cooperativas. La primera era conocida como La Vieja, sita en la calle El Tostao, muy cerca del pósito-silo. Tenía báscula, tres descargaeros, al que luego se le añadió otro hidráulico para no tener que bascular o tirar de horca, y cuyo edificio, que afortunadamente aún se conserva, es digno de verse.

Cooperativa Vieja.

La segunda cooperativa era conocida como La Nueva, de la que no queda nada. El lugar en donde se situaba, en las calles del Colegio, Juan Crisóstomo y La Torre, ahora está ocupado por viviendas particulares, el almacén de Bargal y el consultorio médico. Y la tercera cooperativa, una muy pequeña y desconocida para muchos, sita al principio de la Calle Las Mesas, era la bodega llamada de Los Tercos, porque sus pocos socios no se casaban ni con viejos ni con nuevos.

Bodega de Visier-Los Tercos

En la foto podemos ver las portás de la casa Calabarrilla, que daba al callejón de la carpintería Mochales, en la calle La Iglesia, y sobre las portás una ventana que sería en origen la piquera de la casa, y digo bien de la casa y no de la bodega porque por piquera también entendemos en el pueblo la puertecica situada sobre las portás de las casas que dan a la cámara y que sirven para, mediante una garrucha y una maroma, subir las espuertas de cebá y la paja que se va a necesitar durante el año para alimentar a las mulas. A continuación tenemos la ventana de lo que fuera el almacén de Salvador el de la ferretería y, por último, las dos portás de chapa al fondo, que formaban parte de lo que fue la bodega de Visier, y que más tarde sería la cooperativa de Los Tercos, ahora propiedad de Joaquín Sevilla La Araña Roja.

Si no recuerdo mal, Los Tercos se unieron a la bodega Nueva y más tarde ambos se unieron con la Vieja, logrando por fin el tan anhelado sueño de tantos provencianos de juntarse todos los cooperativistas del pueblo bajo la misma bandera vitivinícola. Durante unos años, en los 90, se mantuvieron las instalaciones de las dos cooperativas, la Nueva y la Vieja, hasta que se construyó la nueva bodega, conocida como Bodegas Campos Reales, con los últimos avances en el sector, en donde se elaboran, entre otros, los vinos Canforrales.

Si venimos al pueblo desde Las Pedroñeras o salimos al campo, ya no es la torre de la iglesia la única imagen reconocible del pueblo, sino también los depósitos de la bodega, como podemos ver en la imagen tomada desde La Sima del Monte Jareño, a más de cuatro kilómetros del lugar.

Depósitos del agua duz, cipreses del cementerio y depósitos de la bodega desde La Sima

Antes de terminar con las últimas y para mí más representativas bodegas provencianas, no quisiera pasar por alto la que sin duda es la más original del pueblo, que puede verse en la calle Comandante Marcharte, muy cerca de la casa Jareño.

Bodeguica los Guijas

Sí, esta cosica era una bodega, la bodeguica de los Guijas. Lo que vemos en el centro de la foto, la puerta y la piquera de arriba, ahora es propiedad de Celete. Sin embargo, lo que queda de ella era solo la mitad: la otra parte la formaba la casa de Tete, que estuvo casado con una Guija, que puede intuirse a la izquierda de la foto y hace esquina con la calle La Tercia. Sea como fuere, dadas las pequeñas dimensiones de la bodeguica, el vino que se hacía en ella era solo para consumo propio de la familia Guija.

¿Alguna bodega más en el pueblo? Por supuesto. La bodega que, según creo recordar, es de la mujer de don Traslacio, alias Lolo el de las Llamas, más conocida como El Negrata, donde tantos decibelios hasta las tantas del mediodía en fiestas interminables inundaban de ritmo y luz a los jóvenes inconformistas y juerguistas del pueblo y alrededores. Sí, nuestro querido Negrata fue, cómo no, una bodega, cuya ventana, que aún puede distinguirse, fue, cómo no, la piquera. Si queréis recordar lo que era el garito insignia de El Provencio, podéis pasaros por facebook, en donde Paco Jurado Parra administra el grupo de amigos del Negrata. De allí he sacado la siguiente foto de su interior, en donde podemos ver la cabina donde solía pinchar RVG y la barra con el señor Arturito pegado a ella en el lugar en su día ocupado por las tinajas, las escaleras que dan a la puerta de entrada y a su izquiera la piquera adaptada como ventana, muy parecida, por su tamaño, a la de la casa de Fidel De Haro que abre esta entrada.

Interior de la bodega-garito Negrata.

¿Más bodegas? Sí, la mejor de todas, la de la casa del doctor Antonio García Plaza Bolicas, cuyo interior alberga la bodega de su padre, el gran acordeonista Pedro Bolas, ahora convertida en un verdadero museo de aperos de labranza y con las tinajas originales en magnífico estado de conservación. Pero esta bodega-museo merecerá un posterior espacio para ella sola.

Y por último, una petición: desde la cercana África, este panciverde pide a los que estén por El Provencio, o en su defecto tengan en sus manos una botellica de Canforrales, un buen trago de vinillo de la tierra a su salud y a la de todos sus paisanos.

jueves, 19 de noviembre de 2009

LOS PÓSITOS


Pósito Real

A quienes conocen el pueblo no les parecerá raro que, probablemente, el edificio civil más antiguo de El Provencio sea el Pósito Real. Como todos los que por allí hemos parado sabemos, y los que no lo sepan lo supondrán, nuestro pueblo es, aunque ya pocos queden, tierra de agricultores. Viña, huerta y cereal -principalmente cebá y, en menor medida trigo- fueron y son, junto con los pinares y algún que otro olivar de añadidura, el paisaje típico y, sobre todo, la riqueza de los afortunadamente pocos terratenientes del pueblo, el medio de vida de los muchos medianos y pequeños propietarios panciverdes y el ganapán de los pobres jornaleros en su lucha cotidiana por la supervivencia.

Los productos de la huerta se vendían en el mismo pueblo y en los de los alrededores: el Záncara siempre fue generoso y regaló al pueblo, mientras duró el mismo y su acuífero, su oro transparente para, entre otras cosas, hacer famosas las habichuelas provencianas, degustadas en toda La Mancha. Las olivas se llevaban a las almazaras de los pueblos en que las había, en donde eran transformadas en aceite para consumo familiar, como hasta ahora muchos vienen haciendo. Algunos pinares, como el de Víctor, desaparecieron en los años del hambre, los que quedan se talan selectivamente, como debe ser, y los nuevos subvencionados ahí están, esperando simétricos a ver por donde resopla el futuro. Y de la viña y las bodegas, de las que aún quedan bastantes restos que podríamos considerar “arqueológicos”, hablaré en la próxima entrega.

Vayamos primero al Pósito Real. El Diccionario de la Real Academia Española define pósito como sigue: Instituto de carácter municipal y de muy antiguo origen, destinado a mantener acopio de granos, principalmente de trigo, y prestarlos en condiciones módicas a los labradores y vecinos durante los meses de menos abundancia. Creo que la definición es lo suficientemente reveladora para darse cuenta de la función que tenía dicho edificio. Podemos imaginar los duros meses de invierno en los que el ayuntamiento echaría mano de esas reservas de cereal para molerlas en los tres molinos de agua con los que contaba el pueblo (el del Lugar, el de En medio y el de El Tostao, porque el del Hotel era de la finca del mismo nombre, si mi memoria no falla).

Aún recuerdo el antiguo pósito, el auténtico, el encalado, en el que no se podía leer la inscripción en piedra que actualmente se puede distinguir a la derecha de la puerta de entrada al que ahora es centro social polivalente, o algo así, que alguien me corrija si no preciso la denominación exacta del lugar, pues en la distancia espacio-temporal es muy difícil atinar. Era yo muy niño, a principios de la segunda mitad de los 70, cuando, creo que fue un sábado a la hora de la siesta, las campanas de la iglesia tocaron de una manera alocada. No eran los seis toques de la campana gorda seguidos de los dos alternativos gorda-pequeña con que se repicaba los domingos y los días de fiesta, sino algo que nunca antes había escuchado, como si don Félix o algunos de sus monagos se hubieran vuelto locos.

Quiero recordar a mi abuelo Millán decir que algún incendio habría, cuando alguien vino gritando por la calle José Antonio donde tenía la pescadería (ahora calle J. Francisco Sahuquillo) que el pósito estaba ardiendo. Era aún tan niño que las mujeres de la casa no me permitieron recorrer los apenas cien metros que separan la casa de mis abuelos de la plaza del Generalísimo (ahora plaza de los Alcaldes). Lo cierto es que el interior acabó quemado y la techumbre derrumbada. Yo nunca lo había visto por dentro, pero por una ranurica de la puerta se pudo ver durante algunos años el desastre de su interior.

Una vez establecida la democracia, se decidió restaurar el edificio y convertirlo en lo que más o menos ahora es. Si mi memoria visual no falla, creo que el edificio era más bajo de lo que es en la actualidad. Probablemente su altura coincidiría con los sillares de piedra descubierta que aún pueden verse en la esquina de la plaza con la calle Don Eugenio Lahiguera, a la que se añadiría una segunda planta para aprovechar mejor los metros cuadrados disponibles, igual que la mayoría de las casas de tapia, a las que normalmente se les ha elevado el tejado en detrimento de la piquera para sacar más habitaciones, hacer dos viviendas diferentes, una arriba y otra abajo, o trasladar toda la vivienda arriba (esto será tratado también en una entrada posterior: soy lento en publicar, pero todo llegará).

Cuando el pósito se incendió, ya no estaba en uso. En su lugar habían construido otro más moderno, supongo que a finales de los 50 o en los 60, en pleno desarrollo del régimen anterior, al que también llamaron, y aún siguen llamando, silo, que en el sentido original de la palabra se refiere solo al depósito subterráneo, pero que modernamente podemos ver con esta denominación algunos de más de 10 metros de alto en varios lugares de La Mancha, como el de la estación de Minaya, visible desde la N-301. El pósito moderno o silo aún puede verse en las calles Tostao y Arellano, y su uso actual lo desconozco (quien lo sepa, que lo comente, que para eso son los blogs, y no para leer y ya está).



Silo

Y ya no hay pósitos. Y los silos, si es que no están ya abandonados, no creo que tengan la función original, cooperativa y social que siempre tuvieron los pósitos. Ahora el cereal esta tirao de precio, como dicen en el pueblo, y solo se benefician de él los de siempre. Y no os digo na y os lo digo to, como diría nuestro paisano el nieto homónimo de Julián López, el talador de pinos, con el que tantas veces he almorzao en La Sima del Monte Jareño en compañía de su buen amigo Tomás Millán el Cojo, del yerno de éste, Fabio Chironi, de mi tío Luisito Sáez el chico el amo La Alberca y de Antonio Ortega Guija, vecino de huerta.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Los 5 sentidos en panciverdiano y un pequeño diálogo.

1. Los cinco sentidos en panciverdiano.

Los provencianos tenemos palabras diferentes, quizá más expresivas, para referirnos a los cinco sentidos. Nosotros no escuchamos u oímos, el panciverde siente. No es lo mismo decir Esta mañana he sentío la banda tocar la diana y me he cagao en tos sus muertos del Catalán, que utilizar los verbos escuchar (con atención) u oír (así como quien no quiere la cosa), porque verdaderamente hemos sentido un cabreo mayúsculo después de haber sanochao hasta las tantas el día de la víspera de la feria, y más si hemos pisao el sarmiento, o la tomiza, que viene a ser lo mismo.
Nosotros no probamos un alimento, el panciverde cata un tomatico del río abajo recién lavao en la reguera maestra. No es lo mismo probar, como quien prueba un tractor nuevo, que catar, como quien saborea un exquisito Ribera del Záncara, del que siempre acabas rinchiéndote, hasta que te chispas. Y mientras están en la cocina, algunas (y algunos) que son mu galgos o mu chusmos, siempre andan catando to lo dulce que puede haber por ahi, por la despensa o por la cocinilla (arroz de polvorín, tortas de cañamones, migas dulces o pan con vino y azúcar)
Nosotros no palpamos las cosas, el panciverde tienta el trasero de alguna moza como quien tienta a la diosa Fortuna, a ver si no se da cuenta o no le importa o le gusta y no te suelta un sopapo, y si se lo suelta, al menos se lo ha tentao.
Los perros provencianos no huelen por allí por donde puede haber una liebre, los chuchangos panciverdes olisquean hasta que el animalejo salta y lo enganchan al vuelo. A propósito, bonita palabra enganchar, como cuando llegas al pueblo el último fin de semana de septiembre y tu padre, mu cuco él, te engancha pa vendimiar, te tiras tol sábado y el domingo amagao y vuelves el lunes al tajo o a la universidad arriñonao o valdao, que viene a ser lo mismo.
Y por último, el panciverde no ve y mira, se fija y bacinea, es decir, cuando sus ojos captan algo que puede ser de interés, ya está dentro de su cabecica trajinando cómo puede aprovechar lo que ha captado y a quién le va a decir la licenciauría para poder provocar en el interlocutor la típica reacción de ¡Te paece queeeee!


2. Diálogo de dos supuestos provencianos a eso de las 14:15.

- ¡Yeee, Soplamorcillas!
- ¡Kái, Zarandao!
- Ande vas.
- Pos aquí a mi casa, a ver si me recojo ya, a ver que m’ha rancheao la Castañeta.
- Pos yo ya me la he cascao. Ahora voy a ver si la echo.
- Pos yo ahora en verano, con la calor que hace, es que no puedo ir a echarla. Es comerme el melón de agua, me pongo zorruno y me quedo traspuesto.
- Oye, ¿qué te pasaba la otro día cuando pasé con el tractor por tu cerca, que estabas voceando en las portás?
- Pos na, el guacho, que tenía que ir a hacerle un mandao a su madre y le dije que saliera arreando y volviera al contao, que entavía tenía que cortarse tres cajas de ajos y va el jodío y me llega a la una. Es que es mu perro. No sé yo qué carrera voy a hacer dél. Y pa colmo va y me contesta. Al final me condené y acabamos trafulcáos. Tuve que templarlo y to.
- M’han dicho que s’ha roto la gobanilla. ¿No habrás sío tú, que te conozco?
- ¡Eso tenía que haberle hecho antes! Pos resulta que estábamos en la güerta y se empeñó en pingarse al cerezo a cogerle unas cerecicas a su madre pal postre. Yo no quería porque lo conozco y es mu esmanotao pa to, pero se puso tan cansino que le dejé, eso sí, mu a regomello. Y como tengo el gomo liao a una rama, va el condenao y se lía con el gomo y se pega una costalá que si no pone la mano se deja los sesos ahi mismo.
En ese momento, la Castañeta, mujer del Zarandao, que llevaba media hora bacineando entre las rendijas de la persiana, se asoma a la ventana:
- ¡Qu’hacís ahi entavía, que lleváis media hora de casquera! A ver si los calláis ya, que quiero echar una cabezaíca. Y luego dicen que somos las mujeres las que siempre estamos bacineando.
- ¡Amos, calla, mujer, que estamos hablando de la poda!
- ¡¿De la poda en plenas canículas de Santiago?! Anda que no tenís cuento ni na… ¡Venga padentro, que se enfría la catalana!

viernes, 3 de julio de 2009

De pozos, norias y riegos.

Ya va para cinco años que, el 31 de julio, san Fabio y cumpleaños de mi padre, me presenté con un regalo inmaterial, con una idea que lo tuvo dos o tres años entrenenidico. Le propuse escribir sus experiencias de toda una vida dedicada a la agricultura... y le salió un libro: Memorias de un agricultor. No es por ser su hijo, pero me parece interesantísimo, y no solo, aunque principalmente, para los provencianos. En él se recogen todos los trabajos del campo, las tradiciones relacionadas con éste y, algo tan interesante como lo anterior, es una muestra directa del habla panciverciana.

Ahí va un cachico de libro, en su versión original en panciverdiano auténtico, en donde nos cuenta cómo se hacían los pozos, su tipología, el arte o noria, las balsas y balsines, regueras maestras, riegos, motores y, lo que es más interesante, la evolución de todo esto en los últimos sesenta años. A disfrutar, provencianófilos.


El pozo.

Antes de nada, la huerta tenía que tener su pozo. Los que se hacían antiguamente, o sea, hasta la década de los setenta, se hacían a base de pico y garrucha. Los pozos más estrechos los hacían con tres palos hechos trébedes y en el centro de los tres palos ataos ponían la garrucha. Los más anchos o de noria, que eran ovalaos, ponían una cabrilla en cada lao y, desde cabrilla a cabrilla, un palo por arriba de ellas bien atao y por el centro del palo; ataban la garrucha pa ir sacando primero la tierra con espuertas terreras
[1], con la soga y dos ganchos, donde se enganchaban a las asas de las espuertas, y el agua a base de cubos. Por eso los pozos más antiguos no solían tener mucha agua ni profundidad.

Después de la mitad de siglo, había motores de petróleo, que el Sr. Adolfo Brox del Olmo se dedicaba a instalarlo con el suyo cuando la cueva estaba hecha a ras de agua, y conforme se iba ahondando, sacaba el agua hasta que el motor no podía dar a basto.

De esta forma, se le ahondaba más a los pozos que a los antiguos, pero se hacían igual: seguían siendo pozos artesanos. Una vez terminao el pozo se ponían en el fondo unos palos gruesos. Si era ovalao, se ponían cuatro palos, dos largos y dos cortos, y si era redondo se hacía de forma de anillo, con seis u ocho palos según el diámetro, y a los palos se les llamaba marranos.

Desde los marranos salía el empiedro, porque se empedraba to el pozo pa que no se rehundiese la pared. Esta pared solía ser de 40 cm. aproximadamente de ancha. Cuando llegaban a la cueva empedrando, se formaba el hueco haciendo un arco en la parte de arriba. El empedrao subía sobre 60 cm. por arriba del piso, que era el brocal. En algunos pozos merece la pena contemplar el empedrao.

Los pozos hechos después de la primera mitad del siglo XX, están empedraos con adobes de cemento y otros con rasillas. También se ven pozos con diez o quince anillos de madera, esto era porque tenían el fondo del terreno flojo y arenoso, se rehundían y les formaban estos anillos y conforme les iban ahondando los anillos iban bajando y a la vez se iban recreciendo hasta salvar el terreno malo, pero siempre empezaban el empiedro desde las maderas, fuese de piedra, de rasilla o bloques.

El arte o noria.

El arte se compone de varias piezas, principalmente tres ruedas, dos de ellas con pinchos de hierro donde enlazan unos con otros, una va vertical y otra horizontal; la vertical va unida a la rueda grande donde van las dos maromas que bajan al pozo, en las que se atan los alcabuces. Estos tienen un burejo en el culo, pa cuando llegan al agua se salga el aire y se llenen mejor. El agua va cayendo a una tornaja
[2] de madera y luego a un canalón[3], pasando el animal por lo alto del mismo, donde se cubre con una tabla en la senda. ¡Qué inteligencia la de los animales, aun llevando los ojos tapaos, sabían cuando iban a llegar al canalón y nunca lo pisaban! Los alcabuces van ataos entre las dos maromas y dejando un espacio de 20 a 30 cm. aproximadamente, según el animal lo fuerte que fuese, con el fin de sacar más agua, o según la profundidad del pozo: a más profundidad, más fuerza se necesita.

Se hacía a medida de las fuerzas. Conforme subían los alcabuces, por el burejo del culo salía el chorro del agua que iba de uno a otro, de forma que cuando subían arriba, seguían llenos. Los alcabuces tienen un burejo en el culo, pa que al entrar en el agua se les salga el aire por el burejo y se llenen mejor. Éstos eran de barro, parecíos a los cántaros, y tenían una ranura en medio pa poderlos atar. La cuerda con la que se ataban era de esparto, la llamábamos alcabucera. Se le daban cuatro vueltas entre las dos maromas, quedándose aprisionao el alcabuz.

Había otros artes más antiguos. Son con los que yo regaba las espinacas en la huerta de mi bisabuelo “Castañeta”, que en vez de llevar las dos ruedas de hierro, iban cuatro palos cruzándose unos con otros.
En estos cuatro palos llevaban un suplemento elevao, donde se cruzaban o enlazaban los palos. Esta madera era de carrasca, que es la más fuerte y la más resistente y, por supuesto, la que menos se gasta, a estos suplementos se les llamaban “costillas”, a las que había que untar diariamente de jabón casero, pa que escurriesen y no gruñeran, aunque pese a ello no dejaban de gruñir.

Al desenganchar el animal, había que atrancar la lanza
[4] con otro palo, porque mandaba mucha presión el agua que se quedaba en los alcabuces sin vaciarse. Si se escurría la tranca podía ser peligroso, se liaba a dar vueltas la lanza al revés, pudiendo ocasionar algún accidente.

Creo que llamarle a las norias arte es porque, verdaderamente, es una obra de arte.

Otros eran más modernos. A éstos se les llamaba arte o noria de cangilones. Eran totalmente de hierro, pero había mu poquitos. Aún quedan tres en el término, están inservibles pero se pueden ver en el paraje Tostado, concretamente en la huerta de Ricardo Pancilla, en la de Los Dictinios, y otro en el Río Abajo (en la huerta Isidro).

Éstos los pusieron en los años cuarenta, que ya estaba la red eléctrica, pero allí no llegaba como en muchos otros sitios. En este pueblo se puso la red eléctrica en varios parajes, en lo que había casi un cuarto de terreno en huertas.

Había sobre tres kilómetros a la redonda donde estaba la luz eléctrica. Aún están en pié cinco transformadores hechos de tapia, están en los parajes: 1º en Celá, Cotos y Berniz; 2º en Río Abajo, Blanquizar y Tesoro; 3º en Casa La Viña, Asperilla y Paños; 4º en Tejera, Perala y Desilla y el 5º en Jenar, Bacargao y Caserón.

El pueblo tenía sobre 500 pozos... ¡por algo nos llaman panciverdes! Se sembraban las famosas habichuelas Provencianas. En ningún pueblo limítrofe se cultivaban. Las principales variedades eran Barco de Ávila y las más tardías de Cuarenta Días.

Aún quedan tres líneas eléctricas. Una sale de los pozos de agua duz, en la huerta de Las Tachinas, pasando por el chalé de Antonio Redondo, y finaliza en la huerta de Félix El cartero. Otra sale en la casa La Viña, en Bacargao, hasta la huerta de Pedro Jiménez, en la Asperilla. La tercera sale en La Celá, junto a la carretera general, finaliza en la huerta de Manuel Palazón, en el Puente Palo.

Ahora hay tendido eléctrico por la zona de chalés, pero son nuevos. El motivo de su abandono fue por dos cosas: primero cortaban la fuerza por el uno de octubre, la daban un solo día, el de la Pilarica, y había que aprovecharlo. Algunas habichuelas se quedaban verdes a falta de otro riego y no hacían la merma como debían, y lo segundo, que salieron unos motores mu descargaícos. Éstos eran de petróleo, marca Liska y Piva, y ése fue el motivo de comprar casi tos los hortelanos este tipo de motores, dándose de baja de la luz eléctrica. Ahora está repiso to aquel que la tenía, ya que era más práctico, económico y ecológico, como dicen ahora.

Por los años 50 se pusieron motores de petróleo, estos eran más pesaos y más grandes, llevaban el mismo sistema que los eléctricos, un polín y con una polea de cuero grueso. Se ponía la polea del motor al polín de la bomba de agua. La potencia de estos motores era de cuatro y de cinco caballos. Estos motores fueron los que sustituyeron a las norias en los sitios que no había red eléctrica. Llevaban como una copa donde se llenaba de gasolina y se usaba pa arrancarlos en frío. Una vez en marcha se le cerraba la gasolina y se le abría el depósito de petróleo.

To los pozos que usaban el motor, bien eléctrico o de petróleo, tenían sus cuevas de cuatro a seis metros de hondas, según estuviese el nivel del agua, se asentaban los motores cerca del agua con el fin de que les costase el menor trabajo posible, y así sacarles el máximo rendimiento. Contra más cerca del agua, más sacaban.

Los pozos de noria no necesitaban cueva y, por supuesto, los que se hacen ahora tampoco.

En estas fechas tenemos más pozos regaos por to el término, pero dos tercios de los viejos están inutilizados por no tener profundidad y estar secos. Los de ahora, la mayoría tienen entre 50 y 100 metros y están dotados de bombas verticales, motores de gas-oil, grupos electrógenos o bombas sumergibles.

El riego.

Una vez explicá la forma de sacar el agua, pasamos a las balsas, que solían ser redondas, algunas cuadradas, pero las menos. Solían tener dos canilleros de salida, uno a ras del fondo y otro a 20 o 30 cm. de altura sobre el nivel del suelo. Se construían en la parte más alta del terreno, según las características del mismo, y se hacían sobre un metro de altura, al igual que el andel
[5]. Sin embargo, las balsas que sacaban el agua con motores eran más altas, algunas tenían casi dos metros. Muchas de ellas se llevaba el agua en tubería a la parte más alta por debajo la tierra.

La tubería era de barro cocío, del mismo barro que los arcabuces. Venía en piezas de un metro, al final de ella se hacía un balsín
[6] con una o dos salidas y tenía sobre unos 80 cm. por cada lao y sobre 50 de alto.

Desde los balsines se dirigía mu bien el agua, al igual que desde las balsas. Donde no había tubería se hacían unas regueras algo más altas, que se les llamaba la reguera maestra, repartiendo el agua de un lao a otro, distribuyéndose en los tablares. A éstas se les hacía el quite
[7] con la tierra y la azada. Les llamábamos los tapones, y a veces se rompían, se nos volvían a llenar los tablares y se hacía el cisco padre, y más sin poder por nuestra corta edad. Por eso los hortelanos íbamos casi siempre descalzos, se nos clavaba algún pie en las boqueras o reguera y se nos quedaba la albarca incá, y ¡al pijo la otra... descalzos!

Teníamos callos en los pies y no nos importaba pisar chinas. Lo peor era si había abrojos, que en las orillas solía haber. Entonces se pasaban canutas, y más con lo que escocían los pinchazos. También había algunos encoja-perros
[8], que eran peor que los abrojos, la palabra lo dice, pues tienen unas espinas igual que los alfileres.

En esta huerta se regaban las siguientes cosas: cebá, patatas tempranas, pepinos, tomates, pimientos, zanahorias, nabos, cebollas de verano, cebollas de invierno. De cebá se sembraba la mitad de la tierra, la otra mitad se hacía barbecho y, al año siguiente, donde hubo hortalizas se sembraba la cebá y lo de barbecho de hortalizas.

[1] Espuerta pequeña con dos asas que se utilizaba para sacar la tierra.
[2] Especie de cajón de 150 x 50 x 20 cm. aproximadamente.
[3] Es un palo donde se le hacía una cárcel por donde va el agua a la balsa.
[4] Palo en donde se enganchaba el animal para sacar el agua.
[5] Donde pisaban los animales, dando vueltas para sacar el agua.
[6] Balsa muy pequeña desde la que se distribuye el agua.
[7] Tapón que se hacía con la azá para abrir las eras y los tablares. De esa forma se dirigía el agua.
[8] Especie de cardo con pinchos como alfileres.

lunes, 4 de mayo de 2009

Santiago Catalán, el Maestro.

Si hay alguien que merece ser el primer celebritys de El Provencio, sin duda alguna debe ser el Maestro. Hombre orquesta que lo mismo tocaba el bajo que el saxofón, el clarinete que la trompeta, el bombardino que el trombón, nació Santiago Catalán Jurado el 14 de abril de 1925. En 1937, en plena guerra incivil, un nuevo clarinetista de doce años entra en la banda de Constancio Bonilla. Y ya despunta, pues pocos guachos tenían tan buen oído, capacidad para el solfeo y curiosidad por la música.

Unos años más tarde surge un problema: la banda se queda sin bombardino. Sólo los que hemos tocado en una banda de música sabemos la importancia que tiene este instrumento, prácticamente desconocido para la mayoría. ¿Y quién podía ser capaz de resolver este problema? No un bajista, ni un trombonista, ni un trompetista, sino un músico de viento madera, un clarinetista, lo más alejado que puede haber para tocar un bombardino, un adolescente orquesta llamado Santiago Catalán.

En los años duros del hambre, allá por 1947, Constancio muere y hereda la banda Ramón Olivares, que solo dura un par de años. Y siendo como quien dice un chaval de veinicuatro años, en 1949, la banda de Constancio cae en manos del Maestro Santiago Catalán. Si exceptuamos dos breves etapas (la de Valeriano Perona tres años en los 70 y el año del que fuera gran clarinetista Jose Emilio Flores en los 80), Santiago Catalán dirigió nuestra banda durante 45 años, hasta 1994. Después de él, por suerte o por desgracia, ningún director provenciano ha sido el maestro.

Pero Catalán no era solo el Maestro, lo más meritorio es que es ante todo agricultor. No es un hombre del letras, no es un hombre de cultura, sino de agricultura y, sobre todo, de oreja. Todas las tardes, a las 6, después de haber pasado toda la mañana y parte de la tarde hincando el lomo, en la puerta de su casa de la calle Víctor López se agolpaban los guachos que esperaban para recitar las lecciones correspondientes del método de don Hilarión Eslava (y su fatídica lección 37 llena de síncopas) o del método del instrumento correspondiente, que siempre dominaba nuestro hombre orquesta (con dos excepciones: la flauta de Nico El Sastre y la trompa de Antonio Pitule, que siempre se le resistieron).

¿Recuerdos? Miles. Los míos... y los de mi padre... ¡y hasta de mi abuelo! Como quien dice medio siglo de maestría y magisterio musical dan para muchísimo. El recuerdo quizá más tierno fue cuando un buen verano se presentó una francesita con su clarinete, Anne Marie (Ana La Francesa pa los amigos), dispuesta a ser la primera dama que entrara en la banda. A partir de entonces, se abrió la veda, pero ya sin Santiago, que, ni mucho menos, era reacio a la entrada de féminas en la banda, más bien todo lo contrario. ¿El porqué no había entrado antes ninguna? Probablemente a causa de los galgos, panciverdianismo que, en este contexto, nada tiene que ver con los chuchos delgaduchos. Espero los comentarios de los musicantes provencianos que cuenten batallitas de la banda de machorros que deambulaba todos los veranos por tierras manchegas en tourné feriante y, de paso, explique qué son los galgos.

El verano pasado, por fin, nuestro queridísmo maestro recibió un más que merecido homenaje. Tras un pasacalles de las viejas glorias por el pueblo y una comilona con charangueo incluído, el Maestro dirigió su banda y demostró que, a pesar de su funesta enfermedad, la música nunca se le olvidará, pues fue, ha sido y será su vida. A continuación podéis ver un reportaje de ese día.


Pero, ¿cómo sonaba la banda? ¿Queréis ver a Catalán en acción? Pues ahí va una muestra, y aprovecho para dar las gracias a Iganciete Inda por el vídeo.




Por último, desde este modesto rincón virtual, lanzo una demanada a quien corresponda para que el Maestro Santiago Catalán tenga no ya una calle, sino una avenida, pues, a nivel local, más se lo merece que las constituciones, los molinos, las libertades o cosas de esas. Si tienen una calle Don Félix Lorca, Pedro Bolas o la Alfonsa La Pitula ¿no ha de tenerla el Maestro con tanto o más mérito que los anteriores? No esperemos a que nos falte, que Dios quiera y sea tarde.



Gracias, Maestro.

lunes, 6 de abril de 2009

La Piedad del Niño, la cruz de los guachos del Santísimo y los efectos especiales de la Verónica.

A pesar de haber sido de los del Santísimo, abro esta entrada con una foto de los del Niño. Los panciverdes de pro alucinarán, pues entre morados y blanquirrojos hay como una especie de pique que bien se podría comparar al que mantienen vikingos y polacos, pero a escala provenciana. ¿Por qué? - os preguntaréis. Por dos razones. La primera, por rendir un pequeñito homenaje a la competencia, ya que los recuerdos de los que voy a hablar, y que seguramente aún se mantienen, son del Santísimo. Y la segunda y principal, por la imagen que se intuye tras los capuchinos, y que sin duda es la imagen más bonita e interesante que hay en El Provencio: La Piedad. Una preciosidad y un honor para los del Niño llevarla a cuestas, sobre todo con lo que tiene que pesar.

Tantos recuerdos, después de catorce años sin Semana Santa en el pueblo... Y el primero, la cruz de los guachos. En la procesión del entierro Cristo, el viernes santo a las 9 de la noche, si no han cambiado la hora y mi memoria a largo plazo aún funciona, los niños del Santísimo tienen el honor de portar sobre sus espaldas la pequeña y ligera cruz desnuda. Media hora antes de la salida de la procesión, ya había cuatro guachillos pegados a las cuatro andas para ser los primeros en llevar el madero donde murió Jesús. ¡Y cómo bailaba la crucecica! ¡Y qué jaleo susurrante entre los costalerejos!
- ¡Marca bien el paso, Fulanito!
- ¡Déjame ya a mí, Menganito, que tú ya la has llevao mucho!
- ¡Para, Zutanito, que vamos segaos!
- ¡Callaros nenes, que menudo jaleo os traéis!

Pero lo que más echo de menos en la distancia espacio-temporal es, sin duda, la procesión temprana, la Verónica, mi Verónica, nuestra Verónica, que era como de la familia, y nunca mejor dicho, pues el encargado de la imagen era mi tío Julián Aguado Chironi.


Todos las madrugadas del Viernes Santo, a eso de las seis menos cuarto de la mañana, ahí estábamos, además del tío, Julián Babá, Santiago Pocirón, Tote, mi hermanico Toño y mis primos Juli, Joaquín y Cherra. Yo, como era el más tirillas, me ocupaba de los efectos especiales, es decir, de levantar el velo del pañuelo de la santa para descubrir, cuando la Verónica llegaba frente al Nazareno, el rostro de Cristo. Me acuerdo de las caras emocionadas de algunas mujeres al descubrirse el rostro sereno, a pesar del sufrimiento, del Salvador. ¡Si supieran cómo iban y lo que hacían los que llevaban la imagen, a lo mejor no se emocionarían tanto y seguro que nos lapidaban!

Voy a explicar en qué consistía y lo que hay tras la procesión, que rememora los tres encuentros que la Verónica tuvo con Jesús, en los que le enjugó el sudor de su cara con un paño. Un cuartejo de hora antes del comienzo, o diez minutillos, salíamos los de la Verónica panca Lumi Peña, que nos recibía con sus portás abiertas. Metíamos la imagen dentro, la dejábamos apoyadas las andas en el suelo, y ya tenía la Serapina preparás unas madalenejas y las botellicas de anís y coñac. Esto, sumado a una noche sin dormir hasta arriba de cubatas, nos sumía en la euforia contenida mayor que se pueda vivir en cualquier Semana Santa de no importa qué lugar del mundo. Cuando todas las imágenes habían salido de la iglesia y estaban paradas en el lado derecho de la calle de La Iglesia, nos echábamos la imagen a cuestas y hacíamos el primer encuentro, haciendo una reverencia a cada imagen, y cuando llegábamos al Nazareno con su cruz sobre el hombro, ¡zas! tiraba de una cuerdecilla y levantaba el velo para descubrir su propia imagen. Era, probablemente, el momento más emotivo de toda la Semana Santa provenciana.

Hecho el primer encuentro, y mientras la procesión se dirigia lentamente por la calle Los Pasos y la placeta de San Antón hasta la calle La Virgen, la Verónica marchaba a paso de Legionario por la calle La Torre, la plaza de los Alcaldes y la calle Víctor López hasta la esquina de la Calle Alejandro con la calle La Virgen, en donde una vecina (no recuerdo quién), tenía preparada una mesica cubierta con un mantel para dejar la imagen hasta el segundo encuentro. Y en ese tiempo, dejábamos los capuchos sobre las andas, a los pies de la Verónica, y nos íbamos a la placeta de la lumbre de San Antón, más concretamente al bar JR, en donde echábamos un cafetico y otra copichuela, y nos jugábamos a los chinos quién pagaba la ronda.
Cuando la pocesión entraba en la calle Carretas, frente a la casa de Manolo Vidal, volvíamos al lugar donde habíamos dejado a la virgen, escoltada por Babá, que no la quería dejar solica, esperábamos que el resto de imágenes estuvieran alineadas a la derecha de la calle la Virgen y hacíamos el siguiente encuentro.

Cumplido el segundo encuentro, volvíamos por la calle Víctor López, cogíamos la calle La Tercia y dejábamos la imagen en el callejón de la calle Comisario, donde vive mi tío Julián. Y allí mi tía Jose ya tenía dispuesto lo que era tradición: las madalenejas y las botellicas de costumbre. ¡Y cómo controlaba el tiempo mi tío!
- ¡Venga, vámonos ya, muchaachos, que si no se nos adelanta procesión!
- ¡Espera que apure la copica, paapa!
- ¡Y tú, Fabiete, cómete la madalena de una vez!
- ¡Cagüen..., qué azogue tiene este hombre!
Segíamos por la calle La Tercia, girábamos por Comandante Marchante y, cuando entrabamos en la Plaza de la Iglesia, la procesión justo llegaba por anca la Pitula, en la esquina de la calle Juan Fco. Sahuquillo. Hacíamos el último encuentro en la plaza y, después, a pecar viernes santo en alguna cerca o en una huerta: unas gachicas, o unos güevos con ajicos tiernos, o unos choricetes y unas morcillicas, forro pa reponer fuezas, vinico... Y con el estómago bien lleno y bien calenticos, a bolear o a jugar un partido de fútbol en alguna era o algún arenero. ¡Qué recuerdos los de ese día! Y todo eso con Jesús de cuerpo presente.

Aquí podéis ver el recorrido de la procesión: en rojo, la Verónica, y en verde, el resto del santoral.



No quiero terminar sin agradecer a mi prima Ana Casamayor el haber colgado en el grupo de El Provencio de Facebook las fotos de las que me he servido para hacer esta entrada.

Salud, provencianófilos, y feliz procesión temprana.

jueves, 8 de enero de 2009

Primera aproximación al panciverdiano.


¿Qué tienen en común estas imágenes? ¿Qué relación hay entre el cemento, un birrete de licenciado, las ancas de rana, una licuadora, una planta de pita y un choto? Eso se preguntarán algunos de los que estén contemplando estas seis fotos. Lo que sí es seguro es que la inmensa mayoría de los provencianos ya se habrán dado cuenta de que son palabras o expresines pertenecientes al dialecto panciverde.

Para los que no entiendan mucho de panciverdiano, ahí van las explicaciones de estas palabrejas.

¡Súbete al cemento!

La primera tiene su historia. No sé si andaba entonces por Albacete o Ciudad Real, cuando un amigo marchaba por la calle y un coche se acercaba, poniendo en peligro su integridad física. En un arrebato panciverdiano, le dije: ¡Súbete al cemento, que viene un coche! La advertencia del coche la cogió al vuelo, pero eso del cemento le sonó fuera de contexto. Ya sabéis: las provencianas no barren la acera, sino el cemento.

¡Anda y no me seas lecinciao!

Licenciao o lecinciao en panciverde es como decir bacín, y licenciauría es como bacinería. Los que no vengan de nuestro pueblo estarán como al principio, y a lo más que habrán llegado a pensar será en el licenciado Vidriera o en ese objeto de barro o cerámica en el que nuestros ancestros hacían aguas mayores, como este tan horrible que a continuación podéis ver.

Pues nada que ver entre los que acaban estudios superiores y éstos cacharros con el sentido de ambas palabras en panciverdiano. Los provencianos entendemos por lecinciao o bacín la persona que intenta enterarse de todo lo que hacen o dicen los demás y que luego va y lo casca por doquier, algo así como entrometido y cotilla. Licenciauria y bacinería vendrían a significar, por tanto, entrometimiento y posterior cotilleo o chismorreo.

¡Voy anca mi hermanico!

No nos referimos a esos muslitos de rana que, aunque las hubiera en un pasado reciente, nunca nos dio por comerlas en nuestro pueblo. Para los que no lo sepan, el saludo típico de El Provencio no es hola, ni buenos días (acaso un buenas a palo seco), ni cómo estás o qué tal, sino ¿Ande vas? y, como respuesta, llega la palabra en cuestión: anca mi cuñao, mi madre, el hermano Estuto o la casa a la que nos dirigimos. Esta forma de saludo puede parecer un acto de licenciauría o bacinería: es probable, pero el sentido de la pregunta se pierde y queda como una toma de contacto o una especie de muestra interés por el interlocutor, algo así cómo los romanos cuando se saludaban diciendo ¿Ut vales?, que podríamos traducir por ¿cómo andas de salud?, pero que equivaldría a un ¿Qué tal? desprovisto de sentido literal. Siempre me intrigó el origen de esta palabra, y la única explicación que se le podría dar es que procede de una expresión cuando menos agramatical: voy a en casa de mi hermanico. Lo realmente original es que se utiliza para lo mismo que el francés chez, tanto en sentido de lugar a donde (voy anca mi hermanico), como de lugar en donde, pero en este caso normalmente en su variante enca: Hoy como enca mi suegra, que va a hacer unas gachicas...).

Yo como enca mi suegra allá licuando.

Nada que ver con el verbo licuar ni con una licuadora. Sin duda una de las expresiones más bonitas del panciverdiano. Siempre que un provenciano quiere disculparse por un mal hábito o un vicio, aunque lo hayamos pillado infraganti en más de una ocasión, no acude al típico yo solo hago esto de vez en cuando, sino a la socorrida expresión: No te creas que voy al puti to los días, yo sólo voy allá licuando. De alguna manera tengo qu'esfogar. Lo más probable es que esta expresión, en castellano formal, se diría allá y cuando, pero tampoco tengo constancia de que exista más allá de la zona.

Pita dulce, pita salá, la pita viene, la pita se va.

Como todos los niños, una de las cosas que solíamos hacer en la infancia era buscar en el diccionario las palabras malsonantes o que hacían referencia a las partes pudendas. Una de ellas era la palabra que ahora nos ocupa. Los niños cantábamos, eso sí, lejos de los oídos de los mayores, la canción de Julio Iglesias de Agua dulce, agua salá, pero con la palabra en cuestión sustituyendo al líquido elemento. Para los niños provencianos tenía más sentido. El chasco nos lo llevábamos cuando en el diccionario escolar Vox, ese de la cubierta marrón, aparecía un sentido que nosotros nunca habíamos escuchado, que venía a decir algo así como que se trataba de una planta de la que se obtenían unos hilos o cuerdas muy resistentes. Luego, cuando empecé a ir a la viña a recoger sarmientos, me enteré por mi padre de que la cuerda con la que atábamos las gavillas era de hilo pita. Pero mayor era el chasco cuando salíamos del pueblo y nadie entendía que era eso de la pita y teníamos que emplear otros términos que a nosotros nos parecían más fuertes, como chorra, o más neutros y finolis, como pene.

Las nenicas tienen el chotete pelao

De lo que decía el diccionario escolar Vox de la palabra choto sí que me acuerdo literalmente: Cría de cabra mientras mama. Lo que no decía el diccionario era que también puede referirse al ternero lechal y, ni mucho menos, al sentido que le damos en panciverdiano. Recuerdo a mi abuela Pitula que, cuando un niño venía a la pescadería le decía: Si me enseñas la pitica te doy un duro. Y a las guachejas, les hacía la misma proposición, pero cambiando la pita por el chotete. La reacción, tanto para unos como para otras, siempre era la misma: cara atomatada y cabeza gacha.

Espero que mis paisanos hayan disfrutado, y que los que poco o nada sepan de nuestra forma de hablar hayan aprendido algo de panciverdiano.