lunes, 6 de abril de 2009

La Piedad del Niño, la cruz de los guachos del Santísimo y los efectos especiales de la Verónica.

A pesar de haber sido de los del Santísimo, abro esta entrada con una foto de los del Niño. Los panciverdes de pro alucinarán, pues entre morados y blanquirrojos hay como una especie de pique que bien se podría comparar al que mantienen vikingos y polacos, pero a escala provenciana. ¿Por qué? - os preguntaréis. Por dos razones. La primera, por rendir un pequeñito homenaje a la competencia, ya que los recuerdos de los que voy a hablar, y que seguramente aún se mantienen, son del Santísimo. Y la segunda y principal, por la imagen que se intuye tras los capuchinos, y que sin duda es la imagen más bonita e interesante que hay en El Provencio: La Piedad. Una preciosidad y un honor para los del Niño llevarla a cuestas, sobre todo con lo que tiene que pesar.

Tantos recuerdos, después de catorce años sin Semana Santa en el pueblo... Y el primero, la cruz de los guachos. En la procesión del entierro Cristo, el viernes santo a las 9 de la noche, si no han cambiado la hora y mi memoria a largo plazo aún funciona, los niños del Santísimo tienen el honor de portar sobre sus espaldas la pequeña y ligera cruz desnuda. Media hora antes de la salida de la procesión, ya había cuatro guachillos pegados a las cuatro andas para ser los primeros en llevar el madero donde murió Jesús. ¡Y cómo bailaba la crucecica! ¡Y qué jaleo susurrante entre los costalerejos!
- ¡Marca bien el paso, Fulanito!
- ¡Déjame ya a mí, Menganito, que tú ya la has llevao mucho!
- ¡Para, Zutanito, que vamos segaos!
- ¡Callaros nenes, que menudo jaleo os traéis!

Pero lo que más echo de menos en la distancia espacio-temporal es, sin duda, la procesión temprana, la Verónica, mi Verónica, nuestra Verónica, que era como de la familia, y nunca mejor dicho, pues el encargado de la imagen era mi tío Julián Aguado Chironi.


Todos las madrugadas del Viernes Santo, a eso de las seis menos cuarto de la mañana, ahí estábamos, además del tío, Julián Babá, Santiago Pocirón, Tote, mi hermanico Toño y mis primos Juli, Joaquín y Cherra. Yo, como era el más tirillas, me ocupaba de los efectos especiales, es decir, de levantar el velo del pañuelo de la santa para descubrir, cuando la Verónica llegaba frente al Nazareno, el rostro de Cristo. Me acuerdo de las caras emocionadas de algunas mujeres al descubrirse el rostro sereno, a pesar del sufrimiento, del Salvador. ¡Si supieran cómo iban y lo que hacían los que llevaban la imagen, a lo mejor no se emocionarían tanto y seguro que nos lapidaban!

Voy a explicar en qué consistía y lo que hay tras la procesión, que rememora los tres encuentros que la Verónica tuvo con Jesús, en los que le enjugó el sudor de su cara con un paño. Un cuartejo de hora antes del comienzo, o diez minutillos, salíamos los de la Verónica panca Lumi Peña, que nos recibía con sus portás abiertas. Metíamos la imagen dentro, la dejábamos apoyadas las andas en el suelo, y ya tenía la Serapina preparás unas madalenejas y las botellicas de anís y coñac. Esto, sumado a una noche sin dormir hasta arriba de cubatas, nos sumía en la euforia contenida mayor que se pueda vivir en cualquier Semana Santa de no importa qué lugar del mundo. Cuando todas las imágenes habían salido de la iglesia y estaban paradas en el lado derecho de la calle de La Iglesia, nos echábamos la imagen a cuestas y hacíamos el primer encuentro, haciendo una reverencia a cada imagen, y cuando llegábamos al Nazareno con su cruz sobre el hombro, ¡zas! tiraba de una cuerdecilla y levantaba el velo para descubrir su propia imagen. Era, probablemente, el momento más emotivo de toda la Semana Santa provenciana.

Hecho el primer encuentro, y mientras la procesión se dirigia lentamente por la calle Los Pasos y la placeta de San Antón hasta la calle La Virgen, la Verónica marchaba a paso de Legionario por la calle La Torre, la plaza de los Alcaldes y la calle Víctor López hasta la esquina de la Calle Alejandro con la calle La Virgen, en donde una vecina (no recuerdo quién), tenía preparada una mesica cubierta con un mantel para dejar la imagen hasta el segundo encuentro. Y en ese tiempo, dejábamos los capuchos sobre las andas, a los pies de la Verónica, y nos íbamos a la placeta de la lumbre de San Antón, más concretamente al bar JR, en donde echábamos un cafetico y otra copichuela, y nos jugábamos a los chinos quién pagaba la ronda.
Cuando la pocesión entraba en la calle Carretas, frente a la casa de Manolo Vidal, volvíamos al lugar donde habíamos dejado a la virgen, escoltada por Babá, que no la quería dejar solica, esperábamos que el resto de imágenes estuvieran alineadas a la derecha de la calle la Virgen y hacíamos el siguiente encuentro.

Cumplido el segundo encuentro, volvíamos por la calle Víctor López, cogíamos la calle La Tercia y dejábamos la imagen en el callejón de la calle Comisario, donde vive mi tío Julián. Y allí mi tía Jose ya tenía dispuesto lo que era tradición: las madalenejas y las botellicas de costumbre. ¡Y cómo controlaba el tiempo mi tío!
- ¡Venga, vámonos ya, muchaachos, que si no se nos adelanta procesión!
- ¡Espera que apure la copica, paapa!
- ¡Y tú, Fabiete, cómete la madalena de una vez!
- ¡Cagüen..., qué azogue tiene este hombre!
Segíamos por la calle La Tercia, girábamos por Comandante Marchante y, cuando entrabamos en la Plaza de la Iglesia, la procesión justo llegaba por anca la Pitula, en la esquina de la calle Juan Fco. Sahuquillo. Hacíamos el último encuentro en la plaza y, después, a pecar viernes santo en alguna cerca o en una huerta: unas gachicas, o unos güevos con ajicos tiernos, o unos choricetes y unas morcillicas, forro pa reponer fuezas, vinico... Y con el estómago bien lleno y bien calenticos, a bolear o a jugar un partido de fútbol en alguna era o algún arenero. ¡Qué recuerdos los de ese día! Y todo eso con Jesús de cuerpo presente.

Aquí podéis ver el recorrido de la procesión: en rojo, la Verónica, y en verde, el resto del santoral.



No quiero terminar sin agradecer a mi prima Ana Casamayor el haber colgado en el grupo de El Provencio de Facebook las fotos de las que me he servido para hacer esta entrada.

Salud, provencianófilos, y feliz procesión temprana.