viernes, 3 de julio de 2009

De pozos, norias y riegos.

Ya va para cinco años que, el 31 de julio, san Fabio y cumpleaños de mi padre, me presenté con un regalo inmaterial, con una idea que lo tuvo dos o tres años entrenenidico. Le propuse escribir sus experiencias de toda una vida dedicada a la agricultura... y le salió un libro: Memorias de un agricultor. No es por ser su hijo, pero me parece interesantísimo, y no solo, aunque principalmente, para los provencianos. En él se recogen todos los trabajos del campo, las tradiciones relacionadas con éste y, algo tan interesante como lo anterior, es una muestra directa del habla panciverciana.

Ahí va un cachico de libro, en su versión original en panciverdiano auténtico, en donde nos cuenta cómo se hacían los pozos, su tipología, el arte o noria, las balsas y balsines, regueras maestras, riegos, motores y, lo que es más interesante, la evolución de todo esto en los últimos sesenta años. A disfrutar, provencianófilos.


El pozo.

Antes de nada, la huerta tenía que tener su pozo. Los que se hacían antiguamente, o sea, hasta la década de los setenta, se hacían a base de pico y garrucha. Los pozos más estrechos los hacían con tres palos hechos trébedes y en el centro de los tres palos ataos ponían la garrucha. Los más anchos o de noria, que eran ovalaos, ponían una cabrilla en cada lao y, desde cabrilla a cabrilla, un palo por arriba de ellas bien atao y por el centro del palo; ataban la garrucha pa ir sacando primero la tierra con espuertas terreras
[1], con la soga y dos ganchos, donde se enganchaban a las asas de las espuertas, y el agua a base de cubos. Por eso los pozos más antiguos no solían tener mucha agua ni profundidad.

Después de la mitad de siglo, había motores de petróleo, que el Sr. Adolfo Brox del Olmo se dedicaba a instalarlo con el suyo cuando la cueva estaba hecha a ras de agua, y conforme se iba ahondando, sacaba el agua hasta que el motor no podía dar a basto.

De esta forma, se le ahondaba más a los pozos que a los antiguos, pero se hacían igual: seguían siendo pozos artesanos. Una vez terminao el pozo se ponían en el fondo unos palos gruesos. Si era ovalao, se ponían cuatro palos, dos largos y dos cortos, y si era redondo se hacía de forma de anillo, con seis u ocho palos según el diámetro, y a los palos se les llamaba marranos.

Desde los marranos salía el empiedro, porque se empedraba to el pozo pa que no se rehundiese la pared. Esta pared solía ser de 40 cm. aproximadamente de ancha. Cuando llegaban a la cueva empedrando, se formaba el hueco haciendo un arco en la parte de arriba. El empedrao subía sobre 60 cm. por arriba del piso, que era el brocal. En algunos pozos merece la pena contemplar el empedrao.

Los pozos hechos después de la primera mitad del siglo XX, están empedraos con adobes de cemento y otros con rasillas. También se ven pozos con diez o quince anillos de madera, esto era porque tenían el fondo del terreno flojo y arenoso, se rehundían y les formaban estos anillos y conforme les iban ahondando los anillos iban bajando y a la vez se iban recreciendo hasta salvar el terreno malo, pero siempre empezaban el empiedro desde las maderas, fuese de piedra, de rasilla o bloques.

El arte o noria.

El arte se compone de varias piezas, principalmente tres ruedas, dos de ellas con pinchos de hierro donde enlazan unos con otros, una va vertical y otra horizontal; la vertical va unida a la rueda grande donde van las dos maromas que bajan al pozo, en las que se atan los alcabuces. Estos tienen un burejo en el culo, pa cuando llegan al agua se salga el aire y se llenen mejor. El agua va cayendo a una tornaja
[2] de madera y luego a un canalón[3], pasando el animal por lo alto del mismo, donde se cubre con una tabla en la senda. ¡Qué inteligencia la de los animales, aun llevando los ojos tapaos, sabían cuando iban a llegar al canalón y nunca lo pisaban! Los alcabuces van ataos entre las dos maromas y dejando un espacio de 20 a 30 cm. aproximadamente, según el animal lo fuerte que fuese, con el fin de sacar más agua, o según la profundidad del pozo: a más profundidad, más fuerza se necesita.

Se hacía a medida de las fuerzas. Conforme subían los alcabuces, por el burejo del culo salía el chorro del agua que iba de uno a otro, de forma que cuando subían arriba, seguían llenos. Los alcabuces tienen un burejo en el culo, pa que al entrar en el agua se les salga el aire por el burejo y se llenen mejor. Éstos eran de barro, parecíos a los cántaros, y tenían una ranura en medio pa poderlos atar. La cuerda con la que se ataban era de esparto, la llamábamos alcabucera. Se le daban cuatro vueltas entre las dos maromas, quedándose aprisionao el alcabuz.

Había otros artes más antiguos. Son con los que yo regaba las espinacas en la huerta de mi bisabuelo “Castañeta”, que en vez de llevar las dos ruedas de hierro, iban cuatro palos cruzándose unos con otros.
En estos cuatro palos llevaban un suplemento elevao, donde se cruzaban o enlazaban los palos. Esta madera era de carrasca, que es la más fuerte y la más resistente y, por supuesto, la que menos se gasta, a estos suplementos se les llamaban “costillas”, a las que había que untar diariamente de jabón casero, pa que escurriesen y no gruñeran, aunque pese a ello no dejaban de gruñir.

Al desenganchar el animal, había que atrancar la lanza
[4] con otro palo, porque mandaba mucha presión el agua que se quedaba en los alcabuces sin vaciarse. Si se escurría la tranca podía ser peligroso, se liaba a dar vueltas la lanza al revés, pudiendo ocasionar algún accidente.

Creo que llamarle a las norias arte es porque, verdaderamente, es una obra de arte.

Otros eran más modernos. A éstos se les llamaba arte o noria de cangilones. Eran totalmente de hierro, pero había mu poquitos. Aún quedan tres en el término, están inservibles pero se pueden ver en el paraje Tostado, concretamente en la huerta de Ricardo Pancilla, en la de Los Dictinios, y otro en el Río Abajo (en la huerta Isidro).

Éstos los pusieron en los años cuarenta, que ya estaba la red eléctrica, pero allí no llegaba como en muchos otros sitios. En este pueblo se puso la red eléctrica en varios parajes, en lo que había casi un cuarto de terreno en huertas.

Había sobre tres kilómetros a la redonda donde estaba la luz eléctrica. Aún están en pié cinco transformadores hechos de tapia, están en los parajes: 1º en Celá, Cotos y Berniz; 2º en Río Abajo, Blanquizar y Tesoro; 3º en Casa La Viña, Asperilla y Paños; 4º en Tejera, Perala y Desilla y el 5º en Jenar, Bacargao y Caserón.

El pueblo tenía sobre 500 pozos... ¡por algo nos llaman panciverdes! Se sembraban las famosas habichuelas Provencianas. En ningún pueblo limítrofe se cultivaban. Las principales variedades eran Barco de Ávila y las más tardías de Cuarenta Días.

Aún quedan tres líneas eléctricas. Una sale de los pozos de agua duz, en la huerta de Las Tachinas, pasando por el chalé de Antonio Redondo, y finaliza en la huerta de Félix El cartero. Otra sale en la casa La Viña, en Bacargao, hasta la huerta de Pedro Jiménez, en la Asperilla. La tercera sale en La Celá, junto a la carretera general, finaliza en la huerta de Manuel Palazón, en el Puente Palo.

Ahora hay tendido eléctrico por la zona de chalés, pero son nuevos. El motivo de su abandono fue por dos cosas: primero cortaban la fuerza por el uno de octubre, la daban un solo día, el de la Pilarica, y había que aprovecharlo. Algunas habichuelas se quedaban verdes a falta de otro riego y no hacían la merma como debían, y lo segundo, que salieron unos motores mu descargaícos. Éstos eran de petróleo, marca Liska y Piva, y ése fue el motivo de comprar casi tos los hortelanos este tipo de motores, dándose de baja de la luz eléctrica. Ahora está repiso to aquel que la tenía, ya que era más práctico, económico y ecológico, como dicen ahora.

Por los años 50 se pusieron motores de petróleo, estos eran más pesaos y más grandes, llevaban el mismo sistema que los eléctricos, un polín y con una polea de cuero grueso. Se ponía la polea del motor al polín de la bomba de agua. La potencia de estos motores era de cuatro y de cinco caballos. Estos motores fueron los que sustituyeron a las norias en los sitios que no había red eléctrica. Llevaban como una copa donde se llenaba de gasolina y se usaba pa arrancarlos en frío. Una vez en marcha se le cerraba la gasolina y se le abría el depósito de petróleo.

To los pozos que usaban el motor, bien eléctrico o de petróleo, tenían sus cuevas de cuatro a seis metros de hondas, según estuviese el nivel del agua, se asentaban los motores cerca del agua con el fin de que les costase el menor trabajo posible, y así sacarles el máximo rendimiento. Contra más cerca del agua, más sacaban.

Los pozos de noria no necesitaban cueva y, por supuesto, los que se hacen ahora tampoco.

En estas fechas tenemos más pozos regaos por to el término, pero dos tercios de los viejos están inutilizados por no tener profundidad y estar secos. Los de ahora, la mayoría tienen entre 50 y 100 metros y están dotados de bombas verticales, motores de gas-oil, grupos electrógenos o bombas sumergibles.

El riego.

Una vez explicá la forma de sacar el agua, pasamos a las balsas, que solían ser redondas, algunas cuadradas, pero las menos. Solían tener dos canilleros de salida, uno a ras del fondo y otro a 20 o 30 cm. de altura sobre el nivel del suelo. Se construían en la parte más alta del terreno, según las características del mismo, y se hacían sobre un metro de altura, al igual que el andel
[5]. Sin embargo, las balsas que sacaban el agua con motores eran más altas, algunas tenían casi dos metros. Muchas de ellas se llevaba el agua en tubería a la parte más alta por debajo la tierra.

La tubería era de barro cocío, del mismo barro que los arcabuces. Venía en piezas de un metro, al final de ella se hacía un balsín
[6] con una o dos salidas y tenía sobre unos 80 cm. por cada lao y sobre 50 de alto.

Desde los balsines se dirigía mu bien el agua, al igual que desde las balsas. Donde no había tubería se hacían unas regueras algo más altas, que se les llamaba la reguera maestra, repartiendo el agua de un lao a otro, distribuyéndose en los tablares. A éstas se les hacía el quite
[7] con la tierra y la azada. Les llamábamos los tapones, y a veces se rompían, se nos volvían a llenar los tablares y se hacía el cisco padre, y más sin poder por nuestra corta edad. Por eso los hortelanos íbamos casi siempre descalzos, se nos clavaba algún pie en las boqueras o reguera y se nos quedaba la albarca incá, y ¡al pijo la otra... descalzos!

Teníamos callos en los pies y no nos importaba pisar chinas. Lo peor era si había abrojos, que en las orillas solía haber. Entonces se pasaban canutas, y más con lo que escocían los pinchazos. También había algunos encoja-perros
[8], que eran peor que los abrojos, la palabra lo dice, pues tienen unas espinas igual que los alfileres.

En esta huerta se regaban las siguientes cosas: cebá, patatas tempranas, pepinos, tomates, pimientos, zanahorias, nabos, cebollas de verano, cebollas de invierno. De cebá se sembraba la mitad de la tierra, la otra mitad se hacía barbecho y, al año siguiente, donde hubo hortalizas se sembraba la cebá y lo de barbecho de hortalizas.

[1] Espuerta pequeña con dos asas que se utilizaba para sacar la tierra.
[2] Especie de cajón de 150 x 50 x 20 cm. aproximadamente.
[3] Es un palo donde se le hacía una cárcel por donde va el agua a la balsa.
[4] Palo en donde se enganchaba el animal para sacar el agua.
[5] Donde pisaban los animales, dando vueltas para sacar el agua.
[6] Balsa muy pequeña desde la que se distribuye el agua.
[7] Tapón que se hacía con la azá para abrir las eras y los tablares. De esa forma se dirigía el agua.
[8] Especie de cardo con pinchos como alfileres.