miércoles, 17 de febrero de 2010

CALLEJONES PROVENCIANOS… CON SALIDA, SIEMPRE CON SALIDA.

Recuerdo que, de niño, más de una vez al día teníamos que ir desde la casa de mis padres, enfrente de lo que fue el cuartel, a la de mi abuela Pitula, donde tenía la pescatería, actualmente en la calle peatonal, y/o viceversa. Cuando íbamos en bici, solíamos pasar por la curva del sindicato, en la esquina de la casa de Emiliete Moya, en donde se encontraba el que para los guachos era el puerto de primera categoría manchega de El Provencio, con sus fatídicos 3 metros de desnivel. Pero si teníamos que ir a patica, y más si hacía viento, no lo dudábamos y pasábamos por la calle La Torre, por el callejón de los vientos, o de los aires, que de las dos maneras he escuchado referirse a él. Los provencianos sabrán el porqué antes de referirlo, y para los que no lo sepan, si veis la primera imagen que acompaña esta entrada y tenéis alguna noción de física o meteorología, lo podréis suponer. La altura de la torre hace que, sobre todo para los más pequeños, la velocidad del viento se eleve a la enésima potencia y que, además, ya entres desde la plaza o desde la calle La Iglesia, al principio el viento siempre sople de cara y haya que hacer un sobreesfuerzo para llegar frente al rincón de la escalera de caracol, en donde deja de soplar, y al seguir el camino tengas que refrenarte para que no te lleve y caigas de bruces al suelo. En aquellos años sin pleisteision, pocas cosas tan divertidas para un guacho había en el pueblo.
Deformación de profesional cervantino: vamos a ver qué nos dice la Real Academia de la palabra callejón. En su primera acepción coincide con el callejón que podemos ver arriba y acabo de describir: paso estrecho y largo entre paredes, casas o elevaciones del terreno. Si digo que esperaba esta definición como primera opción, miento, pues los callejones que todos los provencianos tenemos en mente, y de los que en el pueblo aún se pueden ver algunos muy interesantes, coinciden con la tercera acepción del diccionario y que la academia da como propia de... agárrate los machos... Cuba: Calle sin salida. No hay que irse al Caribe para contemplar estos callejones, ya que en La Mancha los tenemos a patás. Por eso, cuando escuchaba la expresión callejón sin salida, me parecía redundante, pues para mí la mayoría de los callejones del pueblo eran sin salida y nunca especificábamos la diferencia entre el de los vientos y los que a continuación presentaré: vamos pues a dar una vueltecica por El Provencio para ver algunos de ellos.
Muy cerquita de la iglesia, casi enfrente del petril (como decimos en el pueblo, sin duda con mayor cercanía al original latino, en lugar de pretil, que es el vulgarismo admitido por la Academia), tenemos el callejón de la carpintería de Mochales.


Este es sin duda el callejón más amplio de los que hay en el pueblo. A la izquierda están las portás de lo que fuera la casa de Calabarrilla, que daba a la calle de Las Mesas, cuya foto de las portás y la piquera podéis ver en este mismo blog, en el capítulo referente a las bodegas, en el primer plano de lo que fuera la bodega de Los Tercos, que tenía muy cerca. El hecho de que una casa tenga la entrada principal en una calle y las portás en un callejón de otra paralela o perpendicular, no es algo raro en el pueblo: veremos otros casos más abajo. Volviendo al callejón propiamente dicho, en la foto podemos ver una de las poquitas casas auténticas y en buen estado de conservación que quedan en el pueblo, la casica de la Pascuala la de Chorlito, bien encalaíca ella, con su puerta y sus dos ventanas, su cinto pintado en azul y sus tejas antiguas. Una joyica provenciana, sí señor. Al lado tenemos las portás de Avelino Codano, ahora de la mujer del Jaro, y haciendo esquina con la calle La Iglesia, la casa de Veranio. En un solo callejón podemos ver diferentes tipos arquitectónicos provencianos, de los cuales no cabe duda de que el más bonico es el que todos estamos pensando. Amenazo, un mes de estos, con dedicarle un espacio a las casas auténticas y representativas provencianas, a ver si nos da por conservar las que nos quedan, que van siendo poquitas. Pero ahora volvamos hacia el Petril y sigamos adelante, hasta llegar al siguiente callejón.

Unos metros antes de la placeta de la Cruz del Pinar, a la izquierda, tenemos un callejón que, al contrario que el anterior, es tan estrecho que no es apto para claustrofóbicos, y más con el mamotreto de las portás, el ventanuco y la pared cementícea del almacén de Mogorrón que hay al fondo, almacén que, como no podía ser de otra manera, da a la calle de atrás. A la izquierda tenemos la casa típica y encalada de Fernando Perdiz, de bello perfil irregular. Y frente a ella, la casa de Veró, cuya mujer es la nieta de la Soplamorcillas, propietaria de la casa original que en su momento ocupó ese lugar.
Sigamos palante y, cruzada la Cruz del Pinar, giramos a la izquierda, en la calle Los Pasos, en donde podemos contemplar el callejón de Tierraseca.


En ambas esquinas tenemos sendas casas modernizadas de Zarombo, y al fondo la casa de Tierraseca, con sus portás, y la de la Chiripa. Recuerdo de niño verlo todo blanco que hacía daño dulce a la vista cuando por allí pasaba la procesión de Santa María Madre de Dios, con la voz potentísima y desgarrada de Garrando. Pero no nos quejemos, que aún queda blanco en lo profundo del callejón y sigamos unos metros más para girar a la izquierda por la calle La Villa y, casi enfrente de la que fue bodega de Jareño y que ya conocemos, está el callejón de Bolluscas.



A la izquierda tenemos la casa moderna de Socorro y la Pili la de Eloy, que hace esquina con la calle La Villa, y después la cerca de Cesítar Finisterre, que fuera antes de Bolluscas, de quien toma el nombre el callejón. Y al fondo, las portás de Geromo, que comunica con la casa que su hija y Lorenzo El Rojo tienen en la calle La Tercia. Sigamos hacia la Plaza los Alcaldes y giremos a la derecha por la calle antes referida. Al llegar a la calle Comisario, a la derecha podemos ver el último callejón del recorrido: el callejón del Chato.



A la izquierda, la casa de la Jose la Chata, mujer de mi tío Julián Chironi, que no hace tantos años, antes de reformarla, estaba tan blanquita que daba gustico verla. Al fondo, las portás del Gregorio El Chato, en el centro la casa de León el Curilla, ahora casa rural, que los forasteros pueden reservar pinchando aquí, y al laíco de ésta, en el rincón, la casica de Margallo. Por último, haciendo esquina con la calle La Tercia, la casa de José Julio Sevilla Mena, el nieto de la María de Mena, de mote, y que me perdone mi colega y amigo hispánico, Robariendo, sin duda uno de los apodos más originales y desconocidos del pueblo, un raro compuesto de verbo y gerundio sin par en El Provencio, y cuya casa terminaremos de admirar en la posterior entrada prometida que amenaza con llegar dentro de... algún tiempo.

Ya sé que faltan algunos callejones, como el del maestro Santiago Catalán, en la calle Los Romeros, y el de Goyo el de la tienda en la calle Comandante Marchante, ambos cerrados con portás de rejas, otro en la calle Las Mesas, al lado de la casa de Francisco Bololo, otro en la calle Las Escuelas, enfrente de la pescadería de Jose Goyo, y dos en las casas baratas, en la calle María del Sagrario, pero esos son más modernetes. Supongo que habrá o habría más, muchos de ellos ya ocultos o cerrados. Si alguien conoce alguno, que lo diga ahora para que nuestra memoria callejonil no se pierda... o que calle para siempre.

Por último, y esto va para los afortunados extranjeros que tienen la suerte pisar nuestro pueblo, ya sean de Honolulú como de La Alberca, un consejo: si alguna vez os encontráis atrapados en uno de los callejones provencianos, no os preocupéis, porque el cierre del callejón solo es aparente: no tenéis más que llamar a la puerta o las portás de alguna casa y saldrá alguien que os las abrirá de par en par y os sacará por la calle de atrás, pero, claro está y esto es condición sine qua non, después de cascaros un par de choricetes y trincaros unos vasicos de vino del terruño, si es que no os atrevéis a beber de la caña, bien sentaícos en la mesa camilla y tapaícos con las sayas al calor del brasero, mientras el anfitrión y su parienta os cuentan interesantísimas historias panciverdes.

Y aunque por aquí también haga fresquillo estos días, os mando calurosos saludos africanos a todos los provencianófilos y... feliz jueves lardero.