jueves, 17 de junio de 2010

CASAS AUTÉNTICAMENTE PROVENCIANAS... MEJOR SI SON BLANCAS


A veces, cuando tengo mono de La Mancha, me doy un paseo por el centro de Casablanca. No hay mucho en común entre los impresionantes monumentos de la capital económica del Reino Alaouita y las sencillas casas de la capital del Záncara, pero una de las características del art-deco casaoui, originalísimo y hermosísimo, es que los edificios están pintados de blanco. Así, dejándome cegar por el albor de las casas, me imagino entrando en el pueblo desde Las Pedroñeras. Y al poco de entrar, detrás de la báscula, a la sombra de un sauce llorón, podemos parar a echar la primera en la Tasca Valero.


Casa de Joaquín Martí Santos, Valero.


El bar está en lo que fuera la casa de Joaquín Martí Santos, alias Valero, una casica que mantiene el encalado típico manchego, y el tejao auténtico, ya conbao por el paso de los años... pero no hay problema, si está bien retejao no hay peligro de goteras ni de derrumbamiento.
Ya que estamos en el pueblo, recién llegados de la capital del ajo, una vez nos hemos refrescao con un par de cañicas y una ración de oreja, que la Flor la prepara pero que mu bien, vamos a la siguiente esquina. Allí tenemos un tipo de casa auténtica de El Provencio, la casa Colón, ahora propiedad de la Ceci Madrigal Moreno, la Colona.

Casa Colón

Pocas casas más bellas en el pueblo: toda ella de paeres de tapia encalá, lo que seguro le da frescor en verano y aislamiento en invierno, la esquina redondeada, que le da un aspecto más agradable y humano, con ventanas no demasiado grandes para no permitir el paso del frío en invierno ni del calor en verano y, característica típica de las casas auténticas de campesino provenciano, la ventanica de la cámara, en la parte de arriba de la casa. Como se puede intuir, la altura de la planta baja, en la que tenemos la vivienda, es mucho mayor que la de la cámara. Así, la temperatura en verano es mucho más agradable, pues el frío del invierno se podía combatir con una lumbre o una estufa alimentadas con cepas, pero la única manera de deshacerse del calor en verano era entrar en una buena casa de paeres de tapia y techos altos. Por el contrario, cuando en verano subes a la cámara, la diferencia de temperatura es notable: más frío en invierno y calor en verano. No eran tontos nuestros ancestros, ni mucho menos.
Una vez presentada esta gran casa, no tanto en tamaño como en armónica belleza, sigamos p’alante. Pocos metros más allá, en las esquinas de la av. Constitución con las calles Cipriano Bonilla y Buñuelo, el verano pasado veíamos esto:

Nada donde hubo algo grande

Y a mediados de los cuarenta, esto otro:

Cuartel años 40

El recuerdo del cuartel que guardo con más sentimiento es, ante todo, del amplio y arbolado patio interior y las cuadras, donde tanto he jugado con los hijos de los guardias, sobre todo Mañicas y Luisito, mi recordado Luisito, que murió cuando no tenía ni diez años. Fue construido por mi bisabuelo, el maestro albañil Ramón Millán Barchín, a mediados de los 40, y poco tiempo después se encaló y se volvió, como debe ser en el pueblo, blanco, que es el color con el que lo recordamos todos los provencianos. Verdaderamente en los últimos años su estado era ruinoso, así que hace poco más de un año fue arrasado para construir el nuevo cuartel. Mi corazón, y mi razón, hubiera preferido que hubiera sido restaurado para reutilizarlo no como cuartel, sino como hospedería, salón de bodas veraniegas, centro cultural, o todo junto o algo así, pues, en mi modestísima opinión, era el monumento blanco más grandioso del pueblo. ¡Ah, claro, las paeres de tapia encalá no es un material noble para que un edificio sea considerado un monumento digno de restauración!

Pero no nos lamentemos de lo que ya no puede ser (a lo hecho, pecho) y sigamos nuestro recorrido por las casas más características del pueblo. Vayamos atrás, a la calle Santiago, que hace chaflán con la av. Constitución, y allí, enfrente de la puerta del corral de la casa de Fabio Chironi y de las portás de León el taxista, entre la casa de mis apreciadas y añoradas vecinas Las Patatonas (algún día debería hablar de ellas, pues su vida lo merece) y de mi medio paisano Abdelkrim, más conocido en el pueblo como Avecrén, está la casa del hermano Dios, sí, Dios, habéis leído bien.

Casa de Dios

En el pueblo teníamos un hermano Dios, también llamado “el hermano Diosico”, pues era muuu chiquitico. La casa también, como se puede apreciar, era muuu pequeñica y no tenía cámara. ¿Por qué? Simplemente porque el hermano Diosico trabajaba en el campo o donde le salía, porque no tenía tierras y, por tanto, era muuu pobrecico y no tenía na pa guardar en su casica. Y al lado de la casa de Dios, y más pequeñica, está la continuación de ésta, ahora sí conservando el encalado original, y con su puerta de entrada ya desencajada por el abandono. Es la casa de Mampor, también pobrecico, como Diosico, y en la que también vivió Molina. De todos estos vecinos guardo un gratísimo recuerdo, sobre todo de Molina, cuya maldita enfermedad crónica, el alcoholismo, no le impedía ser uno de los hermanos más educados y cariñosos del pueblo.

Sigamos adelante y, al final de la calle Santiago, hagamos el ringo-rango de la casa de los Bololos y entremos en la calle La Tercia. A los pocos metros, antes de la casa de Florencio Chupi, tenemos la casa de José Ramocho.

Casa de José Ramocho

Es ésta, sin duda, una de las casas más simples, representativas y mejor conservadas del pueblo: puerta original, rejas típicas y, cómo no, la puerta de la piquera que da a la cámara, y que sirve para subir el cereal y los melones con la garrucha desde el remolque, sin tener que pasar por la casa, porque es más cómodo y, sobre todo, pa no enguarrarla. Y un consejo sincero: por favor, cuando andéis por allí, no paséis de lejos, parad un poco, pensad que es uno de los monumentos más equilibrados que aún nos queda en el pueblo y disfrutad durante unos minutos de su serena contemplación.

Siguiendo por la misma calle, llegamos a la plazoleta de la Cruz del Pinar.

Cruz del Pinar

Al principio, la cruz era de piedra. En los años 60 tuvo lugar el primer monumenticidio y se sustituyó por una cruz de cemento con un grifo. Cuando volvíamos de la escuela, siempre aprovechábamos para beber agua de allí. Y en los 80, el segundo y definitivo monumenticidio, pues el cemento, como las paeres encalás, tampoco es un material noble. Y digo yo: no es un material noble pero era lo único que nos quedaba de esos años, pues también fueron destruidos los restos de la cruz de los caídos, del mismo material innoble y que, en mi modestísima opinión, y a pesar de la simbología del pasado bélico y oscuro que representaba, habría que haberla mantenido a cualquier precio como memoria de la historia de España, pues mantener lo conflictivo en el estado en que nos ha llegado puede ayudar a no repetir los errores del pasado y, por el contrario, destruir o intentar vengar el pasado desmemoriza o divide a los pueblos, y siempre los hace más cerrados. ¿O acaso habría que destruir El Escorial por ser el monumento más representativo del imperio integrista católico español del siglo XVI? ¿O acaso devolver las llaves de sus casas a los descendientes de los judíos expulsados de Toledo en 1492 sería una acción justa? Pero bueno, como antes ya dije con otro monumento: a lo hecho, pecho.
Volvamos al pueblo, a la plazoleta donde en su día hubo una fuente de agua pública, que de haber sido mantenida ahora sería la memoria monumental de un pueblo sin agua corriente. Detrás de la cruz vemos una parte de la casa Jareño. Así como la casa del hermano Diosico era minúscula porque era pobrecico, la casa Jareño, de cuya bodega ya hablé, ocupa casi toda la manzana por todo lo contrario. Si seguimos calle La Tercia p’alante, llegamos a la puerta principal, frente a la calle Comandante Marchante. Al fondo de la siguiente foto podemos ver dicha puerta.

Casas de la Upe la Facorra, Julián Martínez y la Gúmer Plaza

Pero tan interesante como la casa de Jareño son las tres magníficas casas que podemos ver a la izquierda de la calle, viniendo desde la plaza: en primer término la casa de la Upe la Facorra, a continuación la de Julián Martínez y finalmente la de la Gúmer Plaza: tres joyicas provencianas que es una suerte que aún se conserven bien pegaícas las tres en pleno centro del pueblo, a un pasico de la plaza la iglesia, las tres bien encalaícas, las tres con cámara, aunque más alta la de Julián, por tanto las tres con la vivienda fresquita abajo, las tres con sus portás... “¿las tres?”, os preguntaréis. Las tres, respondo, aunque aquí solo podamos ver las portás de Julián y las de la Gúmer, pero no las de la Upe, y no es una cuestión de que la foto esté mal tirá, ni mucho menos.
Para ver las portás de la Upe, volvamos a la puerta de la casa Jareño y sigamos por la calle La Tercia hasta la esquina de la calle La Villa. Miremos hacia la plaza Los Alcaldes y veremos esto:

Casa Arenas

En primer término, la casa de la Toñi Arenas, la mujer de Antonio Mena el del cine (y aprovecho la ocasión para lanzar la amenaza de hablar de los cines y otros lugares de ocio de otros tiempos un mes de estos). ¿Es esta una casa típica de El Provencio? Así, a simple vista, no lo parece: es bastante alta y en la segunda planta hay vivienda y balcones esbeltos. Pues sí, es una casa típica de El Provencio, pero no de campesinos o de jornaleros, como las que hemos visto hasta ahora, pues en el pueblo también había gente que no vivía del campo, como mis abuelos Millán y la Pitula, los pescateros, cuya casa tampoco tiene cámara y sí vivienda en la planta de arriba, con sus balcones. A continuación, y con la misma altura que la de los Arenas, la casa de la mujer de José Manga, después, y más alta que el resto, la de don Teodoro de la Fuente, el maestro, y después unas portás verdes que son las de... sí señor, las portás de la casa de la Upe la Facorra, cuya fachada hemos podido ver en la calle de atrás.

Volvamos a la Calle La Tercia y sigamos p’abajo. Allí, en la esquina con la calle Comisario, más concretamente con el callejón del Chato, tenemos la casa de José Julio Sevilla Mena, que ya comentamos cuando hablamos de los callejones provencianos. Esta casa tiene de original, además de su indudable armonía, su cámara en la parte que da al callejón y el balcón sobre la puerta principal. Merece la pena pararse un momento a verla. Y su interior, conservado con mimo y cariño por José Julio, tampoco tiene desperdicio, sobre todo el patio con su aljibe.

Casa de José Julio Sevilla Mena

Bajemos ahora por la calle Comisario hasta el pósito, que ya conocemos, en la plaza Los Alcaldes, y bajemos por la calle Félix Lorca. Enfrente del bar Javi, podemos ver esta joyica panciverde.

Casa El Primo.

Es la casa de El Primo, propiedad de Valeriano el de las cabras. Lo más llamativo de esta casa son las dos alturas en que se divide la casica. Su propietario no era agricultor, sino pastor, por lo que no necesitaba una cámara amplia, ya que no tenía mulas que guardar y alimentar en la casa, de ahí que solo la mitad de la casa le sirviera para este fin. Y ya que estamos enfrente del bar de Javi, como seguro que habrá sed, pues desde que llegamos al pueblo y pasamos por la tasca no hemos mojao el gaznate, aprovechemos la coyuntura para echar un par de frescas y seguir el recorrido.
Una vez refrescaos, bajemos a la izquierda por la calle Los Romeros, hasta llegar a la calle de Telesforo Díaz, en donde veremos esto:

Casas de los Sevilla.

La primera es la casa de Julio Sevilla y la siguiente la de Adela Sevilla, mujer de Novillo, cuya tienda veremos en un momentico. Ahora las dos casas son propiedad de la hija de Julio Sevilla, la mujer de Juan José García, también conocido como Follete. ¿Qué tiene de interesante esta casa? Excepto los cintos enlosados modernos de la casa de Julio Sevilla, todo: los cintos azules de la de la Adela (¡que no los enlosen!), las ventanas y la puerta con sus persianas (¡por favor, que no las cambien!), las rejas tipiquísimas (¡que no me las arranquen!), las portás (¡que no se les ocurra cambiarlas por unas de chapa!), la piquera (¡que no le arranquen la garrucha, por Dios), todo, todo... ¡incluso los cables encalaos!

Contemplemos con tranquilidad esta doble casa y sigamos p’alante hasta la calle peatonal. En la misma esquina con la calle que traemos podemos ver esta maravilla arquitectónica:

Casa de Paco Peña

Es la casa de Paco Peña, ahora propiedad su hija Francisca, la mujer de Úrsulo Moya, quien fuera gran acordeonista, por cierto. Fijáos en dos cosicas interesantes: las tres alturas de la casa y, sobre todo, las ventanas, cada una de su padre y de su madre, especialmente la ventanica redonda. Sin embargo, y a pesar de su aparente desorden arquitectónico, la impresión que nos llevamos de ella es armónica.

Y enfrente de la casa de la mujer de Úrsulo Moya, tenemos la casa del padre del mismo: Emilio Moya, que después fuera de su hijo Eloy, en donde actualmente vive su viuda, la Pilar Paños la de la tienda.

Casa de Eloy Moya

¿Qué decir de esta casa? Si por fuera ya se ve su grandeza manchega, por dentro su autenticidad es mucho mayor: su corral, su antigua cuadra, la inmensa cámara, ¡incluso tuvo bodega! En una posterior entrega, veremos sus inmensas portás, probablemente de las más impresionantes de tol pueblo. ¡Cuantos recuerdos! Dos casas más allá estaba la pescatería de mis abuelos. Ramón, el hijo de Eloy y la Pilar, y yo raro era el día en que no estábamos juntos las horas muertas. La ventana de la izquierda era la entrada a la tienda de la Pilar... ¡la de tigretones y panteras rosas que nos hemos zampao pa menrendar en su casa! ¡La de chicles que le limpiábamos a la pobre Pilar (que no se entere)! ¡La de coscorrones que nos hemos pegao en su inmenso corral, lo que hemos jugao en la cuadra y la cámara, la de goles regañaos que hemos echao en sus portás tos los del barrio de la plaza la iglesia! ¡Tiempos aquellos, mi añorado amigo Ramoncito!

La calle Juan Francisco Sauquillo, la peatonal, antes abierta al tráfico con el nombre de calle José Antonio, qué recuerdos, sobre todo de estas casas:

Casa Millán, casa Mine y rascacielos de la Espe

En blanco, encaladas, tenemos la casa de mis bisabuelos Ramón Millán y Antonia Martí, a quienes tuve la suerte de conocer, y la casa de José María Mine, bueno, de la Fortunata, su mujer. Dos casas de la misma altura, pequeñicas, pero con sendos corrales en el interior bastante apañaos, con una camareja bajica, pero suficiente pa guardar un poquito de cebá pa las gallinas y las uvas y los melones bien colgaícos pal invierno, y con sótano, como la mayoría de las casas de lo que debió ser el casco antiguo provenciano, y que iría desde la antigua carretera hasta la casa Jareño, y desde la calle Las Mesas hasta la calle Los Romeros, más o menos. Y junto a la casa de Mine, justo enfrente de lo que fue la casa-pescatería de mi abuelos Millán y la Pitula, tenemos la casa de la Espe Moya ¡de dos plantas!, algo inédito en El Provencio de los años 60-70, y que, junto con el cine Moneo, para los guachos de entonces, que apenas si salíamos del pueblo pa ir al médico a Cuenca o pa hacernos la foto de la comunión enca Rosell a Villarrobledo, eran los dos rascacielos del lugar.

Y en la esquina con la calle Comandante Marchante, la que lleva a la plaza la Iglesia, tenemos la tienda más célebre del pueblo, que fuera como el supermercado más lento de la historia manchega, en donde se podía encontrar de to lo que necesitaras y el tiempo se detenía mientras se comentaban los asuntos más variados que andaban en boca de las gentes panciverdes: LA TIENDA JULIO, que antes fuera de Novillo, de cuya mujer, Adela Sevilla, acabamos de ver la casa.

Tienda Julio y casa Julián El Rano.

En la foto podemos ver la ventana cerrada pintada en azul, que todas las mañanas abría Julio y que, además de proporcionar luz al interior de la tienda, hacía las veces de escaparate, en donde podíamos encontrar las más variopintas ofertas y novedades. Pero también interesantísima es la casa de la esquina de enfrente, la casa de Julián El Rano. Como podemos suponer, en los años en los que cotidianamente paraba por aquel barrio la casa tenía una diferencia, una sola diferencia: la blancura. Imagenémosla con su color original y así podremos hacernos una idea de su belleza panciverde. Pero volvamos a la tienda Julio, y fijemos nuestros ojos en el balcón. La tienda era una pequeña parte de la casa, que podemos ver desde la casa El Rano.

Casa don Boni.

Casa alta, con balcones, sin cámara... por supuesto que no es una casa de campesinos, es la casa de don Boni(facio) el veterinario, bueno, mejor dicho, de su mujer (de la familia de los De Haro), ahora propiedad de Rosendo. La puerta a la tienda Julio estaba en el lugar en el que ahora podemos ver un mayo apocopado. Destacable en esta casa son las formas de las ventanas, las rejas, la puerta de entrada y, sobre todo, la cornisa del tejao.

Sigamos por la calle Juan Francisco Sahuquillo p’arriba, y en plena cuesta del sindicato, podemos ver esto:

Casa Mea Padentro

Es la casa de Mea Padentro, ahora propiedad de Carlos Casanova, alias Potra, un poco rarilla ella, sobre todo porque las “acanales no raman pa la calle”. El tejao, bastante empinao por cierto, no da a la calle, como es normal en el resto de casas, sino a los corrales laterales. Además, al estar en cuesta, tiene escaleras pa entrar en ella, ventanas a más altura de lo normal y una primera planta abuhardillada, algo rarilla en tierras manchegas. Original, sí señor.

Sigamos p’arriba, torzamos la curva del sindicato y situémonos en las portás de Joaquín Sevilla l’Araña Roja, la que fuera bodega de los Tercos y que ya comenté anteriormente. Allí veremos esto:

Casa del Rojo la Zapatera

Esa casica chiquitica es una parte de la casa del Rojo la Zapatera, ahora de su hija la Upe, mujer de Julianete el de la María de Mena. Puertecica y ventanica, y ya está. Si la comparamos con la casa de al lado, nuevecica del to, propiedad de Justi Chiripa, veremos cómo ha cambiado la forma de construir en la Mancha. Todo evoluciona, y así debe ser, pero en gran parte de los casos la evolución se hace a costa de joyas que son destruidas más que por ser incómodas, que siempre se pueden adaptar, por antiguas o, mejor dicho, pasadas de moda.

Sigamos por la calle Juan Crisóstomo y, a pocos metros tenemos la casa de Eusebio Peña y mi tía Rosario Parreño.

Casa Eusebio Peña.

Llegados a este punto, poco hay que decir sobre esta maravilla, ejemplo máximo y equilibrado de casa típica provenciana. De lo mejor del pueblo. Parad unos minuticos, deleitaos en su serena contemplación y, una vez relajados, vamos a echar la siguiente al bar de Inda, que está unos metros más p’alante, que yo creo que es el bar que más años se ha mantenido en el pueblo: solo por eso merece la pena echar unas frescas allí.

Ya falta menos pa llegar a la última estación. Volvamos unos metros sobre nuestros pasos y cojamos la calle La Torre hasta la calle Las Mesas, en donde, al menos el verano pasado, nos toparíamos con algo así como esto:

Casa-fragua de los Veliz

Era la fragua de Monito el Herrero, que era originario de Teatinos, y de sus hijos: Tiznajo, José Veliz (que fuera escritor, actor y profesor de literatura en la Universidad de San Juan de Puerto Rico) y Ángel Gorila, que heredaría fragua y casa. A esta casa se le ha practicado una operación de “agrandamiento de techos”, como a muchísimas otras en el pueblo. Se quita el tejao, se sube el muro, con lo que se finiquita la cámara y ya tenemos vivienda arriba, luego se enluce de manera moderna, con chinicas o algo así bonico y moderno, y ya tenemos casa nueva. Es ley de vida: lo que no muere se transforma, por no decir que evoluciona.

Bajemos por la calle de Las Mesas, sigamos p’alante hasta prácticamente salir del pueblo y giremos a la izquierda por la calle de la Alfonsa la Pitula. A la izquierda tenemos los maravillosos adosados, orgullo del progreso provenciano.


Estas son las nuevas casas de La Mancha... y de La Rioja, y de Andalucía, y de Cataluña, y de Murcia, y de Asturias... y de Holanda, y de Francia, y de Italia, y de Marruecos.... y podría dar la vuelta al mundo hasta la Cochinchina. Lo único que digo es que en estas casas es imprescindible la calefacción en invierno y el aire acondicionado en verano, energía y más energía en tiempos de crisis medioambiental, económica y, sobre todo, cultural. ¡Qué poco aprendemos de la Historia, copón! Eso sí, las vistas desde estas casas son de lo mejorcico del pueblo.


Este es el paisaje desolador del verano, que es cuando tengo vacaciones y puedo tirar las fotos. Imagínese en los diferentes momentos del año, sobre todo, las puestas de sol sobre el pinarcico de Jareño en el rúbeo atardecer otoñal. De lo más relajante que hay en el pueblo. Solo por esto merecería la pena vivir en una de estas casas. Pero sigamos por la calle de la Pitula y veremos esto:

Calle la Pitula y casa Tontuna.

Al fondo a la derecha, detrás del almacén de Socorro, ya en el camino Socuéllamos, podemos ver la casa de Tontuna, ahora propiedad de su yerno, el Sordo Perdiz. Recuerdo que de niño, no tendría yo más de siete añicos, hicimos nuestra primera excursión fuera del pueblo a la era contigua a la casa Tontuna, pues ésta era entonces la primera casa de labor que había en el campo. Merece la pena verla en todo su esplendor, el corral de detrás, y la fachada que, como toda casa de campo que se precie, da al sur: definitivamente, no eran tontos nuestros ancestros.

Seguimos adelante y giramos a la izquierda en la calle Puente de los Anchos. Al final de dicha calle, en la esquina con la calle Los Pasos tenemos la última maravilla, la casa del hermano Ajetes, ahora de su hija, la mujer de Tiné.

Casa del hermano Ajetes

A estas alturas, no creo que haya mucho que decir sobre la última de las casas presentadas aquí, solo que la disfrutéis. No son todas las casas monumentales que aún quedan en el pueblo, afortunadamente, pero espero que sean una muestra lo suficientemente representativa de nuestro patrimonio blanco y que, si alguien hace este recorrido, termine echándose las últimas cañicas en el bar JR, que pilla ahí mismo.

Por último, he de decir que, si no hubieran reformado la ermita de San Antón y aún siguiera tan blanquita como siempre había estado, le habría tirao una foto y terminaría hablando de ella, pero mejor dejarlo: no os digo na y os lo digo to.