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¿Qué tiene de particular esta casa para que encabece esta entrada del blog del pueblo? Para el poco entendido en cuestiones manchegas le parecerá una casa típica de la tierra del famoso hidalgo. Cualquier provenciano reconocerá la casa de Fidel de Haro, donde ahora vive su viuda Manolita Martínez, hija de León El Taxista, y recordará que era allí donde tenía la peluquería. Pero si nos fijamos con atención, la vista se nos va a esa ventana grande y baja que da a la calle de las Eras, una ventana extraña, incluso en El Provencio, donde las cosas más raras a veces pueden parecer normales.
Si vamos a la casa de enfrente, en la calle Juan Crisóstomo esquina La Torre, propiedad de su parienta Esperanza Yubero, la mujer de Evelio, vemos a la izquierda una especie de ventana-puerta-o-algo-así-que-quien-no-sepa-de-viñas-no-tendrá-ni-idea-de-lo-que-es. He aquí la casa donde Evelio y la Esperanza tenían su tienda:
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Los que saben algo de viticultura manchega tradicional desde un principio se habrán dado cuenta de que ambas falsas ventanas en realidad son “restos” de piqueras. Vayamos al DRAE, según el cual esta palabra se refiere a la ventana o rompimiento hecho en la pared de un jaraíz que da a la calle para descargar por él los carros de uva. En el pueblo también conocemos estos “rompimientos” en las paredes de tapial con la denominación panciverdiana y sin embargo más moderna de descargaero. Ahora seguro que sí está clara la función de estas raras ventanas: eran el lugar junto al cual se llegaban los carros y galeras en la vendimia para descargar los capachos cargados de uva en la bodega. Ahora también está claro que ambas casas fueron, en un primer momento, bodegas. ¡Cuántas permanentes se habrán hecho en la bodega de la familia De Haro, cuántos Danones de plátano y fresa se habrán vendido en la tienda de Evelio sin tener la conciencia de que ese espacio habría estado ocupado, no demasiado tiempo atrás, por el par de hileras de tinajas de la bodega de El Cuervo, como llamaban al padre de la Esperanza Yubero!
No son estos los únicos restos de bodegas que podemos ver en el pueblo. En la calle La Villa tenemos dos ejemplos de bodegas diferentes. Por un lado está la bodega de la casa de Jareño. Como todos los provencianos saben, los Jareños tienen una casa que prácticamente ocupa toda la manzana de la calle La Tercia, la plazoleta de La Cruz del Pinar, la calle Los Pasos y la calle La Villa antes referida, en la cual podemos ver su bodega.
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En la foto se distingue el gran descargadero, preparado para remolques de tractor, para descargar con la horca a base de brazos, a la izquierda de éste lo que probablemente fuera una pequeña piquera para los capachos y más cerca de la esquina, lo que supongo sería la entrada a la bodega.
Y unos metros más adelante, cruzando la calle Los Pasos, en el cemento de enfrente, podemos ver esto:
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En la esquina, la casa de Pepito El Cochero, auténtica ella, y a continuación lo que fue la bodega del hermano Juan Fernando, que pasó a su sobrino Juan Vicente, casado con Cesárea García, que posteriormente heredaría el sobrino de ésta, Julián Aguado Chironi, ahora propiedad de su hijo Fabio Aguado, y en donde Antonio Aguado Pitule guarda sus aperos del campo. Podemos ver las portás de chapa, cuyo vano en su día estuvo ocupado por las típicas portás del pueblo, de madera con clavos, y al lado la ventanica de la que, llegados a este punto, ya todos conocemos la función que tuvo en su momento: la piquera para descargar los capachos de los carros de los Chironis, los Castañetas y demás familia.
Recuerdo que, siendo yo un guachejo de cinco o seis años, aún se conservaban las dos hileras de tinajas de barro. Pero claro, en algún sitio teníamos que cortar los ajos y guardar mi padre las cajas, las espuertas de vendimiar y los capachos, las lonas, el tractor, el remolque, los araos, la sembradora, la sulfatadora y todas esas cosas que el progreso obligaba a comprar, aunque fuera en cuti, para poder al menos mantenerse en los difíciles años que la agricultura conoció, y sigue conociendo, a partir de mediados de los 70. Así que, con buen criterio obligado, se cargó todas las tinajas y de la bodega solo quedó el caparazón, como solía pasar con todas las bodegas del pueblo. Afortunadamente ahora mi hermanico ha comprado unas barricas para hacer vino natural y la bodega vuelve, en cierta medida, a retomar su función original.
De las bodegas de to la vida de Dios solo queda la de Carrillo, que era murciano, y que se la vendió a otro murciano de Jumilla, Garcés, el actual propietario, cuyas portás son unas de las más impresionantes del pueblo y que, afortunadamente, aún se pueden admirar en la Avenida de la Constitución, en la entrada del pueblo viniendo desde las dos capitales, la del Reino y la del Ajo.
Bodega Carrillo, ahora Garcés
Pero no son éstas las únicas bodegas (o sus restos) que aún podemos ver en el pueblo. Hasta hace prácticamente dos días, en la calle El Buñuelo, detrás de lo que fue el cuartel, estuvo funcionando la bodega de Bibiano Martínez y su hermanico Venancio, la única embotelladora que tuvo el pueblo hasta que se unieron las dos cooperativas e hicieron la impresionante bodega que ahora podemos ver a la entrada del pueblo, a la que más adelante volveremos. En la foto podemos ver los dos descargaeros. Bodega Bibiano
Las bodegas privadas entraron en declive cuando se formaron las tres cooperativas. La primera era conocida como La Vieja, sita en la calle El Tostao, muy cerca del pósito-silo. Tenía báscula, tres descargaeros, al que luego se le añadió otro hidráulico para no tener que bascular o tirar de horca, y cuyo edificio, que afortunadamente aún se conserva, es digno de verse.
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La segunda cooperativa era conocida como La Nueva, de la que no queda nada. El lugar en donde se situaba, en las calles del Colegio, Juan Crisóstomo y La Torre, ahora está ocupado por viviendas particulares, el almacén de Bargal y el consultorio médico. Y la tercera cooperativa, una muy pequeña y desconocida para muchos, sita al principio de la Calle Las Mesas, era la bodega llamada de Los Tercos, porque sus pocos socios no se casaban ni con viejos ni con nuevos.
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En la foto podemos ver las portás de la casa Calabarrilla, que daba al callejón de la carpintería Mochales, en la calle La Iglesia, y sobre las portás una ventana que sería en origen la piquera de la casa, y digo bien de la casa y no de la bodega porque por piquera también entendemos en el pueblo la puertecica situada sobre las portás de las casas que dan a la cámara y que sirven para, mediante una garrucha y una maroma, subir las espuertas de cebá y la paja que se va a necesitar durante el año para alimentar a las mulas. A continuación tenemos la ventana de lo que fuera el almacén de Salvador el de la ferretería y, por último, las dos portás de chapa al fondo, que formaban parte de lo que fue la bodega de Visier, y que más tarde sería la cooperativa de Los Tercos, ahora propiedad de Joaquín Sevilla La Araña Roja.
Si no recuerdo mal, Los Tercos se unieron a la bodega Nueva y más tarde ambos se unieron con la Vieja, logrando por fin el tan anhelado sueño de tantos provencianos de juntarse todos los cooperativistas del pueblo bajo la misma bandera vitivinícola. Durante unos años, en los 90, se mantuvieron las instalaciones de las dos cooperativas, la Nueva y la Vieja, hasta que se construyó la nueva bodega, conocida como Bodegas Campos Reales, con los últimos avances en el sector, en donde se elaboran, entre otros, los vinos Canforrales.
Si venimos al pueblo desde Las Pedroñeras o salimos al campo, ya no es la torre de la iglesia la única imagen reconocible del pueblo, sino también los depósitos de la bodega, como podemos ver en la imagen tomada desde La Sima del Monte Jareño, a más de cuatro kilómetros del lugar.
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Antes de terminar con las últimas y para mí más representativas bodegas provencianas, no quisiera pasar por alto la que sin duda es la más original del pueblo, que puede verse en la calle Comandante Marcharte, muy cerca de la casa Jareño.
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Sí, esta cosica era una bodega, la bodeguica de los Guijas. Lo que vemos en el centro de la foto, la puerta y la piquera de arriba, ahora es propiedad de Celete. Sin embargo, lo que queda de ella era solo la mitad: la otra parte la formaba la casa de Tete, que estuvo casado con una Guija, que puede intuirse a la izquierda de la foto y hace esquina con la calle La Tercia. Sea como fuere, dadas las pequeñas dimensiones de la bodeguica, el vino que se hacía en ella era solo para consumo propio de la familia Guija.
¿Alguna bodega más en el pueblo? Por supuesto. La bodega que, según creo recordar, es de la mujer de don Traslacio, alias Lolo el de las Llamas, más conocida como El Negrata, donde tantos decibelios hasta las tantas del mediodía en fiestas interminables inundaban de ritmo y luz a los jóvenes inconformistas y juerguistas del pueblo y alrededores. Sí, nuestro querido Negrata fue, cómo no, una bodega, cuya ventana, que aún puede distinguirse, fue, cómo no, la piquera. Si queréis recordar lo que era el garito insignia de El Provencio, podéis pasaros por facebook, en donde Paco Jurado Parra administra el grupo de amigos del Negrata. De allí he sacado la siguiente foto de su interior, en donde podemos ver la cabina donde solía pinchar RVG y la barra con el señor Arturito pegado a ella en el lugar en su día ocupado por las tinajas, las escaleras que dan a la puerta de entrada y a su izquiera la piquera adaptada como ventana, muy parecida, por su tamaño, a la de la casa de Fidel De Haro que abre esta entrada.
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¿Más bodegas? Sí, la mejor de todas, la de la casa del doctor Antonio García Plaza Bolicas, cuyo interior alberga la bodega de su padre, el gran acordeonista Pedro Bolas, ahora convertida en un verdadero museo de aperos de labranza y con las tinajas originales en magnífico estado de conservación. Pero esta bodega-museo merecerá un posterior espacio para ella sola.
Y por último, una petición: desde la cercana África, este panciverde pide a los que estén por El Provencio, o en su defecto tengan en sus manos una botellica de Canforrales, un buen trago de vinillo de la tierra a su salud y a la de todos sus paisanos.