jueves, 19 de noviembre de 2009

LOS PÓSITOS


Pósito Real

A quienes conocen el pueblo no les parecerá raro que, probablemente, el edificio civil más antiguo de El Provencio sea el Pósito Real. Como todos los que por allí hemos parado sabemos, y los que no lo sepan lo supondrán, nuestro pueblo es, aunque ya pocos queden, tierra de agricultores. Viña, huerta y cereal -principalmente cebá y, en menor medida trigo- fueron y son, junto con los pinares y algún que otro olivar de añadidura, el paisaje típico y, sobre todo, la riqueza de los afortunadamente pocos terratenientes del pueblo, el medio de vida de los muchos medianos y pequeños propietarios panciverdes y el ganapán de los pobres jornaleros en su lucha cotidiana por la supervivencia.

Los productos de la huerta se vendían en el mismo pueblo y en los de los alrededores: el Záncara siempre fue generoso y regaló al pueblo, mientras duró el mismo y su acuífero, su oro transparente para, entre otras cosas, hacer famosas las habichuelas provencianas, degustadas en toda La Mancha. Las olivas se llevaban a las almazaras de los pueblos en que las había, en donde eran transformadas en aceite para consumo familiar, como hasta ahora muchos vienen haciendo. Algunos pinares, como el de Víctor, desaparecieron en los años del hambre, los que quedan se talan selectivamente, como debe ser, y los nuevos subvencionados ahí están, esperando simétricos a ver por donde resopla el futuro. Y de la viña y las bodegas, de las que aún quedan bastantes restos que podríamos considerar “arqueológicos”, hablaré en la próxima entrega.

Vayamos primero al Pósito Real. El Diccionario de la Real Academia Española define pósito como sigue: Instituto de carácter municipal y de muy antiguo origen, destinado a mantener acopio de granos, principalmente de trigo, y prestarlos en condiciones módicas a los labradores y vecinos durante los meses de menos abundancia. Creo que la definición es lo suficientemente reveladora para darse cuenta de la función que tenía dicho edificio. Podemos imaginar los duros meses de invierno en los que el ayuntamiento echaría mano de esas reservas de cereal para molerlas en los tres molinos de agua con los que contaba el pueblo (el del Lugar, el de En medio y el de El Tostao, porque el del Hotel era de la finca del mismo nombre, si mi memoria no falla).

Aún recuerdo el antiguo pósito, el auténtico, el encalado, en el que no se podía leer la inscripción en piedra que actualmente se puede distinguir a la derecha de la puerta de entrada al que ahora es centro social polivalente, o algo así, que alguien me corrija si no preciso la denominación exacta del lugar, pues en la distancia espacio-temporal es muy difícil atinar. Era yo muy niño, a principios de la segunda mitad de los 70, cuando, creo que fue un sábado a la hora de la siesta, las campanas de la iglesia tocaron de una manera alocada. No eran los seis toques de la campana gorda seguidos de los dos alternativos gorda-pequeña con que se repicaba los domingos y los días de fiesta, sino algo que nunca antes había escuchado, como si don Félix o algunos de sus monagos se hubieran vuelto locos.

Quiero recordar a mi abuelo Millán decir que algún incendio habría, cuando alguien vino gritando por la calle José Antonio donde tenía la pescadería (ahora calle J. Francisco Sahuquillo) que el pósito estaba ardiendo. Era aún tan niño que las mujeres de la casa no me permitieron recorrer los apenas cien metros que separan la casa de mis abuelos de la plaza del Generalísimo (ahora plaza de los Alcaldes). Lo cierto es que el interior acabó quemado y la techumbre derrumbada. Yo nunca lo había visto por dentro, pero por una ranurica de la puerta se pudo ver durante algunos años el desastre de su interior.

Una vez establecida la democracia, se decidió restaurar el edificio y convertirlo en lo que más o menos ahora es. Si mi memoria visual no falla, creo que el edificio era más bajo de lo que es en la actualidad. Probablemente su altura coincidiría con los sillares de piedra descubierta que aún pueden verse en la esquina de la plaza con la calle Don Eugenio Lahiguera, a la que se añadiría una segunda planta para aprovechar mejor los metros cuadrados disponibles, igual que la mayoría de las casas de tapia, a las que normalmente se les ha elevado el tejado en detrimento de la piquera para sacar más habitaciones, hacer dos viviendas diferentes, una arriba y otra abajo, o trasladar toda la vivienda arriba (esto será tratado también en una entrada posterior: soy lento en publicar, pero todo llegará).

Cuando el pósito se incendió, ya no estaba en uso. En su lugar habían construido otro más moderno, supongo que a finales de los 50 o en los 60, en pleno desarrollo del régimen anterior, al que también llamaron, y aún siguen llamando, silo, que en el sentido original de la palabra se refiere solo al depósito subterráneo, pero que modernamente podemos ver con esta denominación algunos de más de 10 metros de alto en varios lugares de La Mancha, como el de la estación de Minaya, visible desde la N-301. El pósito moderno o silo aún puede verse en las calles Tostao y Arellano, y su uso actual lo desconozco (quien lo sepa, que lo comente, que para eso son los blogs, y no para leer y ya está).



Silo

Y ya no hay pósitos. Y los silos, si es que no están ya abandonados, no creo que tengan la función original, cooperativa y social que siempre tuvieron los pósitos. Ahora el cereal esta tirao de precio, como dicen en el pueblo, y solo se benefician de él los de siempre. Y no os digo na y os lo digo to, como diría nuestro paisano el nieto homónimo de Julián López, el talador de pinos, con el que tantas veces he almorzao en La Sima del Monte Jareño en compañía de su buen amigo Tomás Millán el Cojo, del yerno de éste, Fabio Chironi, de mi tío Luisito Sáez el chico el amo La Alberca y de Antonio Ortega Guija, vecino de huerta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que razon llevas chico, las cosas han cambiao mucho, mucho y la mayoria han cambiao a peor.