viernes, 30 de diciembre de 2011

PIEDRAS QUE SE CAEN. La ruina progresiva del castillo de Santiago de la Torre.

Ayer me enteré de una gran desgracia no solo para el pueblo, sino para toda la comarca del Záncara. Pero mejor es verlo con vuestros propios ojos con estas dos fotos, la primera del verano de 2010 y la segunda de hace un par de días.


Y tras las fotos, nada mejor que leer lo que mi primo Damián Martinez, historiador y gran estudioso del medievo, ha escrito desde el otro lado del charco no bien ha conocido la noticia.

Son las 11:30 de la mañana en Bogotá. Abro el correo electrónico y Tomás Aguado me envía unas fotos que me dejan helado: se ha venido abajo un lienzo de muralla de unos 50 m² en el castillo de Santiaguillo, llevándose consigo parte del adarve y sus zapatas ornamentales, además de tres vanos y dos rejas que los cerraban. El matacán en voladizo que defiende la entrada principal al recinto, sostenido por cinco filas de ménsulas, se salva de milagro, pero el panorama es desolador: una gigantesca montaña de escombros de más de dos metros de altura deja ya al descubierto la torre del homenaje. Convertida en palomar hace décadas, es incapaz de esconder su desamparo; parece decir, “por favor, acaben conmigo, terminen de expoliarme, arranquen de mis muros las ventanas geminadas y ajimezadas, llévense los sillares esquineros, destrocen las aspilleras, roben también la primitiva puerta con su bello arco y sus poderosas jambas…, hagan lo que quieran, pero háganlo rápido y déjenme en paz”.

Es vergonzoso e inconcebible que una fortificación medieval que prácticamente se conservaba intacta en 1991 (salvo por las reformas interiores que lo transformaron en casa de labranza y el desafortunado añadido de parte del almenado, además de la torre del homenaje, ya en aquella época vacía) esté condenada a una acelerada ruina en 2011, apenas veinte años después. Se trata de un fracaso colectivo en nuestro papel de legatarios del Patrimonio Cultural.

¿Pero cuáles han sido (son) las causas del deterioro de este castillo? Básicamente cinco:

- Abandono por parte de los propietarios. Aunque en teoría están obligados por las leyes a mantener el bien cultural, custodiarlo y darle un uso compatible con su conservación, lo cierto es que no han hecho ni una sola obra de mantenimiento en las últimas décadas. Hubiera bastado con cerrar periódicamente los vanos abiertos en la muralla por ventanas y puertas en desuso, y apuntalar las estructuras que previsiblemente pudieran ir cediendo: hoy el inmueble estaría en unas condiciones aceptables, a la espera de una asequible rehabilitación.

- Expolio indiscriminado y vandalismo. Cuando el castillo dejó de ser habitado por las familias que trabajaban las tierras del entorno, y la aldea en su conjunto se convirtió en un almacén para aperos de labranza y maquinaria agrícola, los ladrones y vándalos comenzaron a robar y destrozar en su interior todo lo que encontraban: mobiliario, muros, chimeneas, etc. Casos sangrantes son la desaparición de dos extraordinarias rejas de forja que daban a las habitaciones más nobles, o la destrucción intencional de más de 20 metros de adarve (almenado original incluido) a mediados de los noventa. Lo mismo podría decirse del desmantelamiento completo en el año 2002 de la ermita aledaña - filial de la iglesia parroquial de El Provencio-, donde además se derribó caprichosamente su interesante espadaña de ladrillo con doble vano.

- Negligencia institucional. Las leyes españolas obligan a las instituciones competentes a garantizar la conservación del patrimonio cultural. Así lo recogen la Constitución de 1978 (artículo 46), la genérica Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985 y la Ley de Patrimonio Histórico de Castilla-La Mancha de 1990. Sin embargo, el castillo de Santiago de la Torre sigue abandonado a su suerte, ignorado por unas instituciones que consideran el patrimonio un estorbo, origen de problemas y gastos que no están dispuestas a asumir. No debería sorprendernos. Esto es España.

- Apatía de la sociedad civil. No sólo porque el expolio lo cometen personas de nuestro entorno y no lo denunciamos, sino por ese desdén tan generalizado por todo elemento patrimonial que no esté intacto y reluciente. ¿Quién no ha escuchado alguna vez la cantinela de que nuestro castillo es sólo un montón de ruinas que no merecen la pena? ¿Hemos hecho algo por evitar su deterioro? ¿Alguna asociación? ¿Una protesta? ¿Alguien se ha puesto en contacto con los propietarios? ¿Alguien ha ido documentando fotográficamente, año a año, el deterioro del castillo, para que al menos no perdamos una información arquitectónica que puede ser relevante de cara a una posible restauración/rehabilitación? ¿Quién hizo una planimetría de las estancias interiores antes de que se derrumbasen por completo?

- Otras causas: el propio aislamiento del inmueble, a 8 km de las poblaciones más cercanas y mal comunicado, lo ha hecho más vulnerable al expolio y ha disuadido a posibles inversores con un modelo de negocio. Es además un círculo vicioso: cuanto más se deteriora Santiago de la Torre, más costoso será rehabilitarlo y por lo tanto más improbable que alguien quiera comprarlo a los (más de 50) propietarios y darle un uso, garantizando así su conservación. ¿Hubiera sido distinto si hubiese tenido un único propietario? Quién sabe, probablemente sí…

Diagnosticado el paciente y expuestas las causas de su enfermedad, habría simplemente que administrarle una cura. La pregunta es, ¿la tiene? Y la respuesta: SÍ, siempre que las instituciones cumplan de oficio con su obligación, o la sociedad (hablemos claro: la gente en los pueblos cercanos) se implicase para presionar y exigir medidas de conservación. Dibujemos un escenario realista y veamos qué se puede hacer: ¿la solución surgirá, como por arte de magia, de la iniciativa privada? Es improbable, ya que la inversión necesaria para rehabilitar el castillo, sin contar la compra, probablemente superaría los 2 millones de euros. ¿Qué se puede hacer entonces, si es una propiedad privada y los dueños están dejando que se arruine? Conseguir que el gobierno regional lo declare Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento, y que lo expropie alegando negligencia en la conservación. Teniendo en cuenta el abandono institucional que ha habido hasta ahora, ¿puede un conjunto de ciudadanos promover la incoación de un expediente de declaración de Bien de Interés Cultural para un inmueble? Sí, puede. Habría que informarse bien sobre qué estudios se requieren (histórico, arquitectónico, del entorno de protección, del estado de conservación, etc).

Y la gran y última pregunta, amigos: ¿estamos dispuestos a hacer lo necesario para que se nos oiga y que esta situación sea conocida en los despachos donde se toman las decisiones?

NOTA APARTE: La contemplación del castillo no debe hacernos perder la perspectiva: Santiago de la Torre es sobre todo un conjunto formado por castillo, ermita, aldea y el paraje de tierras agrícolas del entorno. Un auténtico Sitio Histórico y un Paisaje Cultural que merecen ser tratados como tales, cuidando sus elementos patrimoniales y paisajísticos. Las casas de la aldea y la ermita son inseparables del castillo, pues su existencia sólo se explica por la existencia de aquel, y son además testigos de unas técnicas tradicionales de construcción, y de los usos y costumbres desarrollados por sus habitantes a lo largo del tiempo.

Damián Martínez Aguado.

Para terminar, me gustaría presentaros unas fotos que hice en el verano de 2010, tanto para los que no conocen el lugar, como para los nostálgicos

Vista del castillo desde el molino del Hotel (sur).

Vista desde el oeste (detrás del río Záncara)

Vista desde el Este (fachada del derrumbe)

Vista desde el norte (con añadido siglo XX)

Torre del Homenaje desde el sur.

En próximas entregas, publicaré más fotos con detalles del deterioro del castillo. Y por favor, difundid en lo posible la desgracia que está padeciendo la zona, a ver si entre todos frenamos la destrucción de nuestro más valioso monumento.


lunes, 9 de agosto de 2010

El hermano Estuto, la tía Rosario y sus corrales.


Mucha gente, al ver la foto del hermano Estuto y leer su nombre en el título de esta entrada, se preguntará por qué dedico un espacio en este blog a una persona que no ha salido del campo. Precisamente por eso, porque su vida ha sido el campo, ha vivido de él, por él, para él, con él y todo el resto de preposiciones positivas que con él se puedan imaginar.

Restituto Castellanos Martínez, más conocido como el hermano Estuto, de la familia de Los Grillos, nació el 12 de enero de 1922. Por un par de añicos se libró de ir a la guerra, pero no pudo evitar sufrir, como la mayoría de los provencianos de baja estirpe, que eran los más, los terribles años de guerra en su adolescencia y los aún más jodíos años del hambre en su juventud. Poco después se casó con la Vicenta García Olivares y tuvieron dos hijos y una hija. Y hasta ahora, con 86 años, la hermana Vicenta cuida de la casa y de su marido, que ya apenas puede andar.


Aquí podemos ver su casa y a la hermana Vicenta, que bien tempranico tos los días le da la vuelta pa dejar su cemento como los chorros del oro. Pa la edad que tiene, ¡cuantas jovencicas desearían tener su energía! Cuando este verano fui a verlos, tenía la ropa manchada de pintura porque había estado pintando los cintos del corral. En la foto siguiente podemos verla en su corral, al lado de la pila, con los cintos bien pintaícos.


Si la hermana Vicenta no se puede estar quieta, ¡qué decir del hermano Estuto! Hasta los 84 años podíamos verlo pingao en su bici con aguaeras, en donde, entre otras cosas, llevaba la azá, las tijeras de podar o, incluso, la garrafa de media arroba de vino. Hablando con él este verano, con la media voz que aún le queda, podía entrever que lo que más echa de menos es el campo.
Fue uno de los últimos que mantuvieron la mula, hasta el año 95, pues algunas labores solo podían hacerse con ella, como echar el surco pa sembrar los ajos o labrar ciertas viñas viejas demasiado estrechicas pa que pudiera pasar el tractor. En su corral aún podemos ver la puerta de lo que fuera la cuadra, partía pa que el animal pudiera sacar la cabeza.


Una de las cosas que se le achacaban al hermano Estuto es que no trabajaba sus tierras, que dejaba de erial, y se dedicaba a dar el jornal donde le salía. Sea como fuere, la verdad es que, a lo largo de su vida, y aunque acabaran de erial como el resto, pudo llegar a comprar 16 fanegas de buenas tierras, pa podérselas dejar a sus hijos, que al final no fueron agricultores... pero ahí están.

¿Qué es lo que más admiro del hermano Estuto? Sin duda su sencillez. Con su campo, su casica y su mujer jamás lo vi preocupado. Aunque nunca habló de esto, pues los hombres del campo no hablan de estas cosas, sé ciertamente que él era feliz detrás de su mula, o con el lomo doblao esbrojando, o almorzando con el que echaba el jornal, o en casa, sentado en la banca o en la silla de anea con su mujer, tirándose unas gachas y un trinque de vino... ¿pa qué más?


La imagen que de él tengo es la de un hombre curtido y siempre, siempre sonriente. Sin motos, ni coches, ni tractores, solo mula y bici. En plena crisis medioambietal y energética, además de económica, ¡cuántos provencianos podíamos seguir el ejemplo del hermano Estuto, dejar el coche o la moto y volver a la tradicional bici, seña de identidad panciverde!

Cada verano, cuando regreso al pueblo, veo menos gente en bici por sus calles, y la gran mayoría, aparte de algún que otro guacho, son jubilados y mujeres mayores. Prácticamente nadie de entre 18 y 60 años. A la escuela, con el coche, a comprar, con el coche, anca la suegra, con el coche, siempre con el coche, aunque en bici se tarde igual, o menos. Imaginemos el mismo trayecto en bici y en coche: en el tiempo que se gasta en arrancar el coche, abrir las portás, sacarlo, cerrar las portás y salir pitando anca Karín a comprar el pan, si vas con la bici ya lo estás comprando. Y además, reduces michelines.

Y no solo la bici es más sostenible ecológica y económicamente, también el corral (que no patio). Volvamos anca el hermano Estuto y veremos esto:


Ahí tenemos la tiná, en la parte de arriba, y que más tarde veremos otra operativa, y el gallinero. Y si nos fijamos en éste último, podemos imaginar que tras la malla está el súmmum del reciclaje tradicional manchego: el barranco la basura.


Aquí el barranco ya está lodao con tierra, pero podemos imaginar, hasta hace quince años, cuando aún mantenía la mula, la buena basura que, entre gallinas, mula, Restituto y la Vicenta, y quizá el gorrino, se obtenía sin ningún esfuerzo y prácticamente gratis.

Hace unos diez o doce años, en casa de mis padres cambiamos el corral por el patio, como la gran mayoría de panciverdes ha hecho. No digo que sea ni mejor ni peor, simplemente que las cosas evolucionan ... ¿o involucionan? Teníamos gorrinera y barranco. En mis años de guacho, recuerdo el funcionamiento del barranco la basura. Sobre el agua, que estaba mu somerica, se ponía una capa de poco más de medio metro de paja, y sobre ella se iban echando los deshechos del gorrino y los restos de las comidas que no se comían los gatos y el perro. Al año siguiente, entre la paja que se había compostado con la humedad y los deshechos humanos y animales, ya se podía embasurar la huerta o alguna viñeja.

Pero si queremos ver un corral como Dios manda, vayamos anca mi tía Rosario Parreño y el hermano Usebio Peña, cuya magnífica fachada pudimos admirar en la anterior entrega.


Y salgamos ascape pal corral y nos toparemos con esto:


He aquí una auténtica tiná: sobre unos maderos se ponen los sarmientos que luego servirán pa echar la lumbre y asar unas chuleticas de cordero. Y a la derecha de la tiná, esto otro:


¡Pero vaya gorrinos más ricos que saldrían de aquí! Y probablemente alguna que otra cabra. Y delante esto otro:


Las cepas pal invierno y lo que en su día fuera el barranco la basura, que en estuvo cercado, con sus gallinicas y su gallo escandaloso. Y si queremos salir a la calle de atrás, no tenemos más que abrir unas de las portás más auténticas del pueblo. Amenazo con hablar un día de las portás, que en el pueblo afortunadamente aún hay a patás.


Los corrales manchegos, que aún quedan algunos, afortunadamente, son ejemplos vivos de lo que ahora se llamaría economía sostenible y medioambiental. Los patios, a pesar de ser bonicos, no nos pertenecen, aunque eso sí, son más limpicos. No digo na y lo digo to.

jueves, 17 de junio de 2010

CASAS AUTÉNTICAMENTE PROVENCIANAS... MEJOR SI SON BLANCAS


A veces, cuando tengo mono de La Mancha, me doy un paseo por el centro de Casablanca. No hay mucho en común entre los impresionantes monumentos de la capital económica del Reino Alaouita y las sencillas casas de la capital del Záncara, pero una de las características del art-deco casaoui, originalísimo y hermosísimo, es que los edificios están pintados de blanco. Así, dejándome cegar por el albor de las casas, me imagino entrando en el pueblo desde Las Pedroñeras. Y al poco de entrar, detrás de la báscula, a la sombra de un sauce llorón, podemos parar a echar la primera en la Tasca Valero.


Casa de Joaquín Martí Santos, Valero.


El bar está en lo que fuera la casa de Joaquín Martí Santos, alias Valero, una casica que mantiene el encalado típico manchego, y el tejao auténtico, ya conbao por el paso de los años... pero no hay problema, si está bien retejao no hay peligro de goteras ni de derrumbamiento.
Ya que estamos en el pueblo, recién llegados de la capital del ajo, una vez nos hemos refrescao con un par de cañicas y una ración de oreja, que la Flor la prepara pero que mu bien, vamos a la siguiente esquina. Allí tenemos un tipo de casa auténtica de El Provencio, la casa Colón, ahora propiedad de la Ceci Madrigal Moreno, la Colona.

Casa Colón

Pocas casas más bellas en el pueblo: toda ella de paeres de tapia encalá, lo que seguro le da frescor en verano y aislamiento en invierno, la esquina redondeada, que le da un aspecto más agradable y humano, con ventanas no demasiado grandes para no permitir el paso del frío en invierno ni del calor en verano y, característica típica de las casas auténticas de campesino provenciano, la ventanica de la cámara, en la parte de arriba de la casa. Como se puede intuir, la altura de la planta baja, en la que tenemos la vivienda, es mucho mayor que la de la cámara. Así, la temperatura en verano es mucho más agradable, pues el frío del invierno se podía combatir con una lumbre o una estufa alimentadas con cepas, pero la única manera de deshacerse del calor en verano era entrar en una buena casa de paeres de tapia y techos altos. Por el contrario, cuando en verano subes a la cámara, la diferencia de temperatura es notable: más frío en invierno y calor en verano. No eran tontos nuestros ancestros, ni mucho menos.
Una vez presentada esta gran casa, no tanto en tamaño como en armónica belleza, sigamos p’alante. Pocos metros más allá, en las esquinas de la av. Constitución con las calles Cipriano Bonilla y Buñuelo, el verano pasado veíamos esto:

Nada donde hubo algo grande

Y a mediados de los cuarenta, esto otro:

Cuartel años 40

El recuerdo del cuartel que guardo con más sentimiento es, ante todo, del amplio y arbolado patio interior y las cuadras, donde tanto he jugado con los hijos de los guardias, sobre todo Mañicas y Luisito, mi recordado Luisito, que murió cuando no tenía ni diez años. Fue construido por mi bisabuelo, el maestro albañil Ramón Millán Barchín, a mediados de los 40, y poco tiempo después se encaló y se volvió, como debe ser en el pueblo, blanco, que es el color con el que lo recordamos todos los provencianos. Verdaderamente en los últimos años su estado era ruinoso, así que hace poco más de un año fue arrasado para construir el nuevo cuartel. Mi corazón, y mi razón, hubiera preferido que hubiera sido restaurado para reutilizarlo no como cuartel, sino como hospedería, salón de bodas veraniegas, centro cultural, o todo junto o algo así, pues, en mi modestísima opinión, era el monumento blanco más grandioso del pueblo. ¡Ah, claro, las paeres de tapia encalá no es un material noble para que un edificio sea considerado un monumento digno de restauración!

Pero no nos lamentemos de lo que ya no puede ser (a lo hecho, pecho) y sigamos nuestro recorrido por las casas más características del pueblo. Vayamos atrás, a la calle Santiago, que hace chaflán con la av. Constitución, y allí, enfrente de la puerta del corral de la casa de Fabio Chironi y de las portás de León el taxista, entre la casa de mis apreciadas y añoradas vecinas Las Patatonas (algún día debería hablar de ellas, pues su vida lo merece) y de mi medio paisano Abdelkrim, más conocido en el pueblo como Avecrén, está la casa del hermano Dios, sí, Dios, habéis leído bien.

Casa de Dios

En el pueblo teníamos un hermano Dios, también llamado “el hermano Diosico”, pues era muuu chiquitico. La casa también, como se puede apreciar, era muuu pequeñica y no tenía cámara. ¿Por qué? Simplemente porque el hermano Diosico trabajaba en el campo o donde le salía, porque no tenía tierras y, por tanto, era muuu pobrecico y no tenía na pa guardar en su casica. Y al lado de la casa de Dios, y más pequeñica, está la continuación de ésta, ahora sí conservando el encalado original, y con su puerta de entrada ya desencajada por el abandono. Es la casa de Mampor, también pobrecico, como Diosico, y en la que también vivió Molina. De todos estos vecinos guardo un gratísimo recuerdo, sobre todo de Molina, cuya maldita enfermedad crónica, el alcoholismo, no le impedía ser uno de los hermanos más educados y cariñosos del pueblo.

Sigamos adelante y, al final de la calle Santiago, hagamos el ringo-rango de la casa de los Bololos y entremos en la calle La Tercia. A los pocos metros, antes de la casa de Florencio Chupi, tenemos la casa de José Ramocho.

Casa de José Ramocho

Es ésta, sin duda, una de las casas más simples, representativas y mejor conservadas del pueblo: puerta original, rejas típicas y, cómo no, la puerta de la piquera que da a la cámara, y que sirve para subir el cereal y los melones con la garrucha desde el remolque, sin tener que pasar por la casa, porque es más cómodo y, sobre todo, pa no enguarrarla. Y un consejo sincero: por favor, cuando andéis por allí, no paséis de lejos, parad un poco, pensad que es uno de los monumentos más equilibrados que aún nos queda en el pueblo y disfrutad durante unos minutos de su serena contemplación.

Siguiendo por la misma calle, llegamos a la plazoleta de la Cruz del Pinar.

Cruz del Pinar

Al principio, la cruz era de piedra. En los años 60 tuvo lugar el primer monumenticidio y se sustituyó por una cruz de cemento con un grifo. Cuando volvíamos de la escuela, siempre aprovechábamos para beber agua de allí. Y en los 80, el segundo y definitivo monumenticidio, pues el cemento, como las paeres encalás, tampoco es un material noble. Y digo yo: no es un material noble pero era lo único que nos quedaba de esos años, pues también fueron destruidos los restos de la cruz de los caídos, del mismo material innoble y que, en mi modestísima opinión, y a pesar de la simbología del pasado bélico y oscuro que representaba, habría que haberla mantenido a cualquier precio como memoria de la historia de España, pues mantener lo conflictivo en el estado en que nos ha llegado puede ayudar a no repetir los errores del pasado y, por el contrario, destruir o intentar vengar el pasado desmemoriza o divide a los pueblos, y siempre los hace más cerrados. ¿O acaso habría que destruir El Escorial por ser el monumento más representativo del imperio integrista católico español del siglo XVI? ¿O acaso devolver las llaves de sus casas a los descendientes de los judíos expulsados de Toledo en 1492 sería una acción justa? Pero bueno, como antes ya dije con otro monumento: a lo hecho, pecho.
Volvamos al pueblo, a la plazoleta donde en su día hubo una fuente de agua pública, que de haber sido mantenida ahora sería la memoria monumental de un pueblo sin agua corriente. Detrás de la cruz vemos una parte de la casa Jareño. Así como la casa del hermano Diosico era minúscula porque era pobrecico, la casa Jareño, de cuya bodega ya hablé, ocupa casi toda la manzana por todo lo contrario. Si seguimos calle La Tercia p’alante, llegamos a la puerta principal, frente a la calle Comandante Marchante. Al fondo de la siguiente foto podemos ver dicha puerta.

Casas de la Upe la Facorra, Julián Martínez y la Gúmer Plaza

Pero tan interesante como la casa de Jareño son las tres magníficas casas que podemos ver a la izquierda de la calle, viniendo desde la plaza: en primer término la casa de la Upe la Facorra, a continuación la de Julián Martínez y finalmente la de la Gúmer Plaza: tres joyicas provencianas que es una suerte que aún se conserven bien pegaícas las tres en pleno centro del pueblo, a un pasico de la plaza la iglesia, las tres bien encalaícas, las tres con cámara, aunque más alta la de Julián, por tanto las tres con la vivienda fresquita abajo, las tres con sus portás... “¿las tres?”, os preguntaréis. Las tres, respondo, aunque aquí solo podamos ver las portás de Julián y las de la Gúmer, pero no las de la Upe, y no es una cuestión de que la foto esté mal tirá, ni mucho menos.
Para ver las portás de la Upe, volvamos a la puerta de la casa Jareño y sigamos por la calle La Tercia hasta la esquina de la calle La Villa. Miremos hacia la plaza Los Alcaldes y veremos esto:

Casa Arenas

En primer término, la casa de la Toñi Arenas, la mujer de Antonio Mena el del cine (y aprovecho la ocasión para lanzar la amenaza de hablar de los cines y otros lugares de ocio de otros tiempos un mes de estos). ¿Es esta una casa típica de El Provencio? Así, a simple vista, no lo parece: es bastante alta y en la segunda planta hay vivienda y balcones esbeltos. Pues sí, es una casa típica de El Provencio, pero no de campesinos o de jornaleros, como las que hemos visto hasta ahora, pues en el pueblo también había gente que no vivía del campo, como mis abuelos Millán y la Pitula, los pescateros, cuya casa tampoco tiene cámara y sí vivienda en la planta de arriba, con sus balcones. A continuación, y con la misma altura que la de los Arenas, la casa de la mujer de José Manga, después, y más alta que el resto, la de don Teodoro de la Fuente, el maestro, y después unas portás verdes que son las de... sí señor, las portás de la casa de la Upe la Facorra, cuya fachada hemos podido ver en la calle de atrás.

Volvamos a la Calle La Tercia y sigamos p’abajo. Allí, en la esquina con la calle Comisario, más concretamente con el callejón del Chato, tenemos la casa de José Julio Sevilla Mena, que ya comentamos cuando hablamos de los callejones provencianos. Esta casa tiene de original, además de su indudable armonía, su cámara en la parte que da al callejón y el balcón sobre la puerta principal. Merece la pena pararse un momento a verla. Y su interior, conservado con mimo y cariño por José Julio, tampoco tiene desperdicio, sobre todo el patio con su aljibe.

Casa de José Julio Sevilla Mena

Bajemos ahora por la calle Comisario hasta el pósito, que ya conocemos, en la plaza Los Alcaldes, y bajemos por la calle Félix Lorca. Enfrente del bar Javi, podemos ver esta joyica panciverde.

Casa El Primo.

Es la casa de El Primo, propiedad de Valeriano el de las cabras. Lo más llamativo de esta casa son las dos alturas en que se divide la casica. Su propietario no era agricultor, sino pastor, por lo que no necesitaba una cámara amplia, ya que no tenía mulas que guardar y alimentar en la casa, de ahí que solo la mitad de la casa le sirviera para este fin. Y ya que estamos enfrente del bar de Javi, como seguro que habrá sed, pues desde que llegamos al pueblo y pasamos por la tasca no hemos mojao el gaznate, aprovechemos la coyuntura para echar un par de frescas y seguir el recorrido.
Una vez refrescaos, bajemos a la izquierda por la calle Los Romeros, hasta llegar a la calle de Telesforo Díaz, en donde veremos esto:

Casas de los Sevilla.

La primera es la casa de Julio Sevilla y la siguiente la de Adela Sevilla, mujer de Novillo, cuya tienda veremos en un momentico. Ahora las dos casas son propiedad de la hija de Julio Sevilla, la mujer de Juan José García, también conocido como Follete. ¿Qué tiene de interesante esta casa? Excepto los cintos enlosados modernos de la casa de Julio Sevilla, todo: los cintos azules de la de la Adela (¡que no los enlosen!), las ventanas y la puerta con sus persianas (¡por favor, que no las cambien!), las rejas tipiquísimas (¡que no me las arranquen!), las portás (¡que no se les ocurra cambiarlas por unas de chapa!), la piquera (¡que no le arranquen la garrucha, por Dios), todo, todo... ¡incluso los cables encalaos!

Contemplemos con tranquilidad esta doble casa y sigamos p’alante hasta la calle peatonal. En la misma esquina con la calle que traemos podemos ver esta maravilla arquitectónica:

Casa de Paco Peña

Es la casa de Paco Peña, ahora propiedad su hija Francisca, la mujer de Úrsulo Moya, quien fuera gran acordeonista, por cierto. Fijáos en dos cosicas interesantes: las tres alturas de la casa y, sobre todo, las ventanas, cada una de su padre y de su madre, especialmente la ventanica redonda. Sin embargo, y a pesar de su aparente desorden arquitectónico, la impresión que nos llevamos de ella es armónica.

Y enfrente de la casa de la mujer de Úrsulo Moya, tenemos la casa del padre del mismo: Emilio Moya, que después fuera de su hijo Eloy, en donde actualmente vive su viuda, la Pilar Paños la de la tienda.

Casa de Eloy Moya

¿Qué decir de esta casa? Si por fuera ya se ve su grandeza manchega, por dentro su autenticidad es mucho mayor: su corral, su antigua cuadra, la inmensa cámara, ¡incluso tuvo bodega! En una posterior entrega, veremos sus inmensas portás, probablemente de las más impresionantes de tol pueblo. ¡Cuantos recuerdos! Dos casas más allá estaba la pescatería de mis abuelos. Ramón, el hijo de Eloy y la Pilar, y yo raro era el día en que no estábamos juntos las horas muertas. La ventana de la izquierda era la entrada a la tienda de la Pilar... ¡la de tigretones y panteras rosas que nos hemos zampao pa menrendar en su casa! ¡La de chicles que le limpiábamos a la pobre Pilar (que no se entere)! ¡La de coscorrones que nos hemos pegao en su inmenso corral, lo que hemos jugao en la cuadra y la cámara, la de goles regañaos que hemos echao en sus portás tos los del barrio de la plaza la iglesia! ¡Tiempos aquellos, mi añorado amigo Ramoncito!

La calle Juan Francisco Sauquillo, la peatonal, antes abierta al tráfico con el nombre de calle José Antonio, qué recuerdos, sobre todo de estas casas:

Casa Millán, casa Mine y rascacielos de la Espe

En blanco, encaladas, tenemos la casa de mis bisabuelos Ramón Millán y Antonia Martí, a quienes tuve la suerte de conocer, y la casa de José María Mine, bueno, de la Fortunata, su mujer. Dos casas de la misma altura, pequeñicas, pero con sendos corrales en el interior bastante apañaos, con una camareja bajica, pero suficiente pa guardar un poquito de cebá pa las gallinas y las uvas y los melones bien colgaícos pal invierno, y con sótano, como la mayoría de las casas de lo que debió ser el casco antiguo provenciano, y que iría desde la antigua carretera hasta la casa Jareño, y desde la calle Las Mesas hasta la calle Los Romeros, más o menos. Y junto a la casa de Mine, justo enfrente de lo que fue la casa-pescatería de mi abuelos Millán y la Pitula, tenemos la casa de la Espe Moya ¡de dos plantas!, algo inédito en El Provencio de los años 60-70, y que, junto con el cine Moneo, para los guachos de entonces, que apenas si salíamos del pueblo pa ir al médico a Cuenca o pa hacernos la foto de la comunión enca Rosell a Villarrobledo, eran los dos rascacielos del lugar.

Y en la esquina con la calle Comandante Marchante, la que lleva a la plaza la Iglesia, tenemos la tienda más célebre del pueblo, que fuera como el supermercado más lento de la historia manchega, en donde se podía encontrar de to lo que necesitaras y el tiempo se detenía mientras se comentaban los asuntos más variados que andaban en boca de las gentes panciverdes: LA TIENDA JULIO, que antes fuera de Novillo, de cuya mujer, Adela Sevilla, acabamos de ver la casa.

Tienda Julio y casa Julián El Rano.

En la foto podemos ver la ventana cerrada pintada en azul, que todas las mañanas abría Julio y que, además de proporcionar luz al interior de la tienda, hacía las veces de escaparate, en donde podíamos encontrar las más variopintas ofertas y novedades. Pero también interesantísima es la casa de la esquina de enfrente, la casa de Julián El Rano. Como podemos suponer, en los años en los que cotidianamente paraba por aquel barrio la casa tenía una diferencia, una sola diferencia: la blancura. Imagenémosla con su color original y así podremos hacernos una idea de su belleza panciverde. Pero volvamos a la tienda Julio, y fijemos nuestros ojos en el balcón. La tienda era una pequeña parte de la casa, que podemos ver desde la casa El Rano.

Casa don Boni.

Casa alta, con balcones, sin cámara... por supuesto que no es una casa de campesinos, es la casa de don Boni(facio) el veterinario, bueno, mejor dicho, de su mujer (de la familia de los De Haro), ahora propiedad de Rosendo. La puerta a la tienda Julio estaba en el lugar en el que ahora podemos ver un mayo apocopado. Destacable en esta casa son las formas de las ventanas, las rejas, la puerta de entrada y, sobre todo, la cornisa del tejao.

Sigamos por la calle Juan Francisco Sahuquillo p’arriba, y en plena cuesta del sindicato, podemos ver esto:

Casa Mea Padentro

Es la casa de Mea Padentro, ahora propiedad de Carlos Casanova, alias Potra, un poco rarilla ella, sobre todo porque las “acanales no raman pa la calle”. El tejao, bastante empinao por cierto, no da a la calle, como es normal en el resto de casas, sino a los corrales laterales. Además, al estar en cuesta, tiene escaleras pa entrar en ella, ventanas a más altura de lo normal y una primera planta abuhardillada, algo rarilla en tierras manchegas. Original, sí señor.

Sigamos p’arriba, torzamos la curva del sindicato y situémonos en las portás de Joaquín Sevilla l’Araña Roja, la que fuera bodega de los Tercos y que ya comenté anteriormente. Allí veremos esto:

Casa del Rojo la Zapatera

Esa casica chiquitica es una parte de la casa del Rojo la Zapatera, ahora de su hija la Upe, mujer de Julianete el de la María de Mena. Puertecica y ventanica, y ya está. Si la comparamos con la casa de al lado, nuevecica del to, propiedad de Justi Chiripa, veremos cómo ha cambiado la forma de construir en la Mancha. Todo evoluciona, y así debe ser, pero en gran parte de los casos la evolución se hace a costa de joyas que son destruidas más que por ser incómodas, que siempre se pueden adaptar, por antiguas o, mejor dicho, pasadas de moda.

Sigamos por la calle Juan Crisóstomo y, a pocos metros tenemos la casa de Eusebio Peña y mi tía Rosario Parreño.

Casa Eusebio Peña.

Llegados a este punto, poco hay que decir sobre esta maravilla, ejemplo máximo y equilibrado de casa típica provenciana. De lo mejor del pueblo. Parad unos minuticos, deleitaos en su serena contemplación y, una vez relajados, vamos a echar la siguiente al bar de Inda, que está unos metros más p’alante, que yo creo que es el bar que más años se ha mantenido en el pueblo: solo por eso merece la pena echar unas frescas allí.

Ya falta menos pa llegar a la última estación. Volvamos unos metros sobre nuestros pasos y cojamos la calle La Torre hasta la calle Las Mesas, en donde, al menos el verano pasado, nos toparíamos con algo así como esto:

Casa-fragua de los Veliz

Era la fragua de Monito el Herrero, que era originario de Teatinos, y de sus hijos: Tiznajo, José Veliz (que fuera escritor, actor y profesor de literatura en la Universidad de San Juan de Puerto Rico) y Ángel Gorila, que heredaría fragua y casa. A esta casa se le ha practicado una operación de “agrandamiento de techos”, como a muchísimas otras en el pueblo. Se quita el tejao, se sube el muro, con lo que se finiquita la cámara y ya tenemos vivienda arriba, luego se enluce de manera moderna, con chinicas o algo así bonico y moderno, y ya tenemos casa nueva. Es ley de vida: lo que no muere se transforma, por no decir que evoluciona.

Bajemos por la calle de Las Mesas, sigamos p’alante hasta prácticamente salir del pueblo y giremos a la izquierda por la calle de la Alfonsa la Pitula. A la izquierda tenemos los maravillosos adosados, orgullo del progreso provenciano.


Estas son las nuevas casas de La Mancha... y de La Rioja, y de Andalucía, y de Cataluña, y de Murcia, y de Asturias... y de Holanda, y de Francia, y de Italia, y de Marruecos.... y podría dar la vuelta al mundo hasta la Cochinchina. Lo único que digo es que en estas casas es imprescindible la calefacción en invierno y el aire acondicionado en verano, energía y más energía en tiempos de crisis medioambiental, económica y, sobre todo, cultural. ¡Qué poco aprendemos de la Historia, copón! Eso sí, las vistas desde estas casas son de lo mejorcico del pueblo.


Este es el paisaje desolador del verano, que es cuando tengo vacaciones y puedo tirar las fotos. Imagínese en los diferentes momentos del año, sobre todo, las puestas de sol sobre el pinarcico de Jareño en el rúbeo atardecer otoñal. De lo más relajante que hay en el pueblo. Solo por esto merecería la pena vivir en una de estas casas. Pero sigamos por la calle de la Pitula y veremos esto:

Calle la Pitula y casa Tontuna.

Al fondo a la derecha, detrás del almacén de Socorro, ya en el camino Socuéllamos, podemos ver la casa de Tontuna, ahora propiedad de su yerno, el Sordo Perdiz. Recuerdo que de niño, no tendría yo más de siete añicos, hicimos nuestra primera excursión fuera del pueblo a la era contigua a la casa Tontuna, pues ésta era entonces la primera casa de labor que había en el campo. Merece la pena verla en todo su esplendor, el corral de detrás, y la fachada que, como toda casa de campo que se precie, da al sur: definitivamente, no eran tontos nuestros ancestros.

Seguimos adelante y giramos a la izquierda en la calle Puente de los Anchos. Al final de dicha calle, en la esquina con la calle Los Pasos tenemos la última maravilla, la casa del hermano Ajetes, ahora de su hija, la mujer de Tiné.

Casa del hermano Ajetes

A estas alturas, no creo que haya mucho que decir sobre la última de las casas presentadas aquí, solo que la disfrutéis. No son todas las casas monumentales que aún quedan en el pueblo, afortunadamente, pero espero que sean una muestra lo suficientemente representativa de nuestro patrimonio blanco y que, si alguien hace este recorrido, termine echándose las últimas cañicas en el bar JR, que pilla ahí mismo.

Por último, he de decir que, si no hubieran reformado la ermita de San Antón y aún siguiera tan blanquita como siempre había estado, le habría tirao una foto y terminaría hablando de ella, pero mejor dejarlo: no os digo na y os lo digo to.

miércoles, 17 de febrero de 2010

CALLEJONES PROVENCIANOS… CON SALIDA, SIEMPRE CON SALIDA.

Recuerdo que, de niño, más de una vez al día teníamos que ir desde la casa de mis padres, enfrente de lo que fue el cuartel, a la de mi abuela Pitula, donde tenía la pescatería, actualmente en la calle peatonal, y/o viceversa. Cuando íbamos en bici, solíamos pasar por la curva del sindicato, en la esquina de la casa de Emiliete Moya, en donde se encontraba el que para los guachos era el puerto de primera categoría manchega de El Provencio, con sus fatídicos 3 metros de desnivel. Pero si teníamos que ir a patica, y más si hacía viento, no lo dudábamos y pasábamos por la calle La Torre, por el callejón de los vientos, o de los aires, que de las dos maneras he escuchado referirse a él. Los provencianos sabrán el porqué antes de referirlo, y para los que no lo sepan, si veis la primera imagen que acompaña esta entrada y tenéis alguna noción de física o meteorología, lo podréis suponer. La altura de la torre hace que, sobre todo para los más pequeños, la velocidad del viento se eleve a la enésima potencia y que, además, ya entres desde la plaza o desde la calle La Iglesia, al principio el viento siempre sople de cara y haya que hacer un sobreesfuerzo para llegar frente al rincón de la escalera de caracol, en donde deja de soplar, y al seguir el camino tengas que refrenarte para que no te lleve y caigas de bruces al suelo. En aquellos años sin pleisteision, pocas cosas tan divertidas para un guacho había en el pueblo.
Deformación de profesional cervantino: vamos a ver qué nos dice la Real Academia de la palabra callejón. En su primera acepción coincide con el callejón que podemos ver arriba y acabo de describir: paso estrecho y largo entre paredes, casas o elevaciones del terreno. Si digo que esperaba esta definición como primera opción, miento, pues los callejones que todos los provencianos tenemos en mente, y de los que en el pueblo aún se pueden ver algunos muy interesantes, coinciden con la tercera acepción del diccionario y que la academia da como propia de... agárrate los machos... Cuba: Calle sin salida. No hay que irse al Caribe para contemplar estos callejones, ya que en La Mancha los tenemos a patás. Por eso, cuando escuchaba la expresión callejón sin salida, me parecía redundante, pues para mí la mayoría de los callejones del pueblo eran sin salida y nunca especificábamos la diferencia entre el de los vientos y los que a continuación presentaré: vamos pues a dar una vueltecica por El Provencio para ver algunos de ellos.
Muy cerquita de la iglesia, casi enfrente del petril (como decimos en el pueblo, sin duda con mayor cercanía al original latino, en lugar de pretil, que es el vulgarismo admitido por la Academia), tenemos el callejón de la carpintería de Mochales.


Este es sin duda el callejón más amplio de los que hay en el pueblo. A la izquierda están las portás de lo que fuera la casa de Calabarrilla, que daba a la calle de Las Mesas, cuya foto de las portás y la piquera podéis ver en este mismo blog, en el capítulo referente a las bodegas, en el primer plano de lo que fuera la bodega de Los Tercos, que tenía muy cerca. El hecho de que una casa tenga la entrada principal en una calle y las portás en un callejón de otra paralela o perpendicular, no es algo raro en el pueblo: veremos otros casos más abajo. Volviendo al callejón propiamente dicho, en la foto podemos ver una de las poquitas casas auténticas y en buen estado de conservación que quedan en el pueblo, la casica de la Pascuala la de Chorlito, bien encalaíca ella, con su puerta y sus dos ventanas, su cinto pintado en azul y sus tejas antiguas. Una joyica provenciana, sí señor. Al lado tenemos las portás de Avelino Codano, ahora de la mujer del Jaro, y haciendo esquina con la calle La Iglesia, la casa de Veranio. En un solo callejón podemos ver diferentes tipos arquitectónicos provencianos, de los cuales no cabe duda de que el más bonico es el que todos estamos pensando. Amenazo, un mes de estos, con dedicarle un espacio a las casas auténticas y representativas provencianas, a ver si nos da por conservar las que nos quedan, que van siendo poquitas. Pero ahora volvamos hacia el Petril y sigamos adelante, hasta llegar al siguiente callejón.

Unos metros antes de la placeta de la Cruz del Pinar, a la izquierda, tenemos un callejón que, al contrario que el anterior, es tan estrecho que no es apto para claustrofóbicos, y más con el mamotreto de las portás, el ventanuco y la pared cementícea del almacén de Mogorrón que hay al fondo, almacén que, como no podía ser de otra manera, da a la calle de atrás. A la izquierda tenemos la casa típica y encalada de Fernando Perdiz, de bello perfil irregular. Y frente a ella, la casa de Veró, cuya mujer es la nieta de la Soplamorcillas, propietaria de la casa original que en su momento ocupó ese lugar.
Sigamos palante y, cruzada la Cruz del Pinar, giramos a la izquierda, en la calle Los Pasos, en donde podemos contemplar el callejón de Tierraseca.


En ambas esquinas tenemos sendas casas modernizadas de Zarombo, y al fondo la casa de Tierraseca, con sus portás, y la de la Chiripa. Recuerdo de niño verlo todo blanco que hacía daño dulce a la vista cuando por allí pasaba la procesión de Santa María Madre de Dios, con la voz potentísima y desgarrada de Garrando. Pero no nos quejemos, que aún queda blanco en lo profundo del callejón y sigamos unos metros más para girar a la izquierda por la calle La Villa y, casi enfrente de la que fue bodega de Jareño y que ya conocemos, está el callejón de Bolluscas.



A la izquierda tenemos la casa moderna de Socorro y la Pili la de Eloy, que hace esquina con la calle La Villa, y después la cerca de Cesítar Finisterre, que fuera antes de Bolluscas, de quien toma el nombre el callejón. Y al fondo, las portás de Geromo, que comunica con la casa que su hija y Lorenzo El Rojo tienen en la calle La Tercia. Sigamos hacia la Plaza los Alcaldes y giremos a la derecha por la calle antes referida. Al llegar a la calle Comisario, a la derecha podemos ver el último callejón del recorrido: el callejón del Chato.



A la izquierda, la casa de la Jose la Chata, mujer de mi tío Julián Chironi, que no hace tantos años, antes de reformarla, estaba tan blanquita que daba gustico verla. Al fondo, las portás del Gregorio El Chato, en el centro la casa de León el Curilla, ahora casa rural, que los forasteros pueden reservar pinchando aquí, y al laíco de ésta, en el rincón, la casica de Margallo. Por último, haciendo esquina con la calle La Tercia, la casa de José Julio Sevilla Mena, el nieto de la María de Mena, de mote, y que me perdone mi colega y amigo hispánico, Robariendo, sin duda uno de los apodos más originales y desconocidos del pueblo, un raro compuesto de verbo y gerundio sin par en El Provencio, y cuya casa terminaremos de admirar en la posterior entrada prometida que amenaza con llegar dentro de... algún tiempo.

Ya sé que faltan algunos callejones, como el del maestro Santiago Catalán, en la calle Los Romeros, y el de Goyo el de la tienda en la calle Comandante Marchante, ambos cerrados con portás de rejas, otro en la calle Las Mesas, al lado de la casa de Francisco Bololo, otro en la calle Las Escuelas, enfrente de la pescadería de Jose Goyo, y dos en las casas baratas, en la calle María del Sagrario, pero esos son más modernetes. Supongo que habrá o habría más, muchos de ellos ya ocultos o cerrados. Si alguien conoce alguno, que lo diga ahora para que nuestra memoria callejonil no se pierda... o que calle para siempre.

Por último, y esto va para los afortunados extranjeros que tienen la suerte pisar nuestro pueblo, ya sean de Honolulú como de La Alberca, un consejo: si alguna vez os encontráis atrapados en uno de los callejones provencianos, no os preocupéis, porque el cierre del callejón solo es aparente: no tenéis más que llamar a la puerta o las portás de alguna casa y saldrá alguien que os las abrirá de par en par y os sacará por la calle de atrás, pero, claro está y esto es condición sine qua non, después de cascaros un par de choricetes y trincaros unos vasicos de vino del terruño, si es que no os atrevéis a beber de la caña, bien sentaícos en la mesa camilla y tapaícos con las sayas al calor del brasero, mientras el anfitrión y su parienta os cuentan interesantísimas historias panciverdes.

Y aunque por aquí también haga fresquillo estos días, os mando calurosos saludos africanos a todos los provencianófilos y... feliz jueves lardero.